Opinión

Penitencia impuesta

Para los creyentes la Cuaresma es tiempo de oración y penitencia, esta última en forma de ayuno u otros sacrificios. Prácticas, en todo caso, siempre libres y voluntarias por el sagrado respeto que la religión católica ha mostrado siempre hacia la libertad individual y de conciencia. Pero a los gijoneses, y en el inicio de esta Cuaresma, nos ha caído encima la penitencia impuesta de tener que soportar, resignadamente, las burlas y ofensas a nuestros más íntimos sentimientos religiosos con la astracanada perpetrada, por un grupo minoritario y radical todo hay que decirlo, en la manifestación del Día Internacional de la Mujer.

La legítima y meritoria defensa de la igualdad de la mujer debería ser objetivo común de nuestra sociedad, ajeno a banderías partidistas y desde luego a bochornosos espectáculos como el ofrecido por este grupo en nuestra villa el pasado sábado, que sonroja, en primer lugar, a miles de nuestras conciudadanas. Cómo continuación de la versión más chabacana y soez de un carnaval, y no precisamente del gijonés que suele ser bastante respetuoso con las creencias de unos y otros, se coló en esta manifestación una grotesca parodia de un paso de Semana Santa, que ofendía en tono burlesco, para más inri nunca mejor dicho, a la imagen más querida de todos los asturianos, la Virgen de Covadonga. De nuevo el recurso fácil y gratuito de la ofensa a los sentimientos religiosos, y oh casualidad, teniendo siempre como diana la misma religión. ¡Qué valentía!

La defensa de los derechos de las mujeres y de su igualdad debe liberarse de rémoras como estos ataques, o de su secuestro por parte de determinadas ideologías, a menudo sectarias y excluyentes. Lo que está en el fondo de estas ocurrencias, que sólo generan descrédito y división, es el enfrentamiento latente entre el sector más radical de la izquierda, el que impuso en la llamada ley "trans" la discutida y discutible ideología de género como nuevo dogma civil, y el tradicional movimiento feminista que lleva décadas luchando por los derechos de las mujeres.

El Papa Francisco, hoy tristemente postrado en el lecho del dolor, habla a menudo de forma clara y coloquial. Hace unos años, durante un viaje pastoral a Filipinas, se pronunció en el avión contra las ofensas y burlas a la religión diciendo: "si alguien insulta a mi madre, le espera un puño, ¡es normal!". Entiéndase como un desahogo verbal que en nada debilita el consejo evangélico de poner pacientemente la otra mejilla. Lejos también de mi intención defender una respuesta violenta a estas agresiones gratuitas. Pero la contestación tampoco puede ser mirar para otro lado, debemos condenar de forma tan enérgica como contundente estos ataques a nuestros sentimientos, que no son compatibles con una sociedad libre y plural como la nuestra.

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