Opinión
Pinturas y garabatos
Desidia es la palabra que mejor define la respuesta del vecindario a la llamada del Ayuntamiento en demanda de permisos para limpiar fachadas pintarrajeadas. Pide el área de Medio Ambiente ese trámite burocrático para ampliar el ámbito de actuación más allá de los edificios públicos, pero el concejal titular del área apunta que solo 75 comunidades de vecinos respondieron desde que el año pasado se entablara un pulso entre la brigadilla de Emulsa reforzada y la división entera de embadurnadores de muros, paredes, vallas, persianas, escuelas, templos, pasadizos, espigones, bancos y toda clase de mobiliario urbano. A ver quién se cansa antes.
Un compendio de desidia y permisividad cundió a finales del pasado siglo, como en cientos de ciudades de medio planeta, cuando confundimos los términos mezclando grafiteros con pintamonas y arte urbano con gamberrada. Así se extendió a velocidad de pandemia la moda de escribir pijadas y emprenderla aerosol en mano con cualquier superficie al alcance, o encaramándose si no se alcanza, lo mismo sean farolas, rótulos de autopista, naves en desuso o cubiertas de pabellones. Frente al afán compulsivo de vandalizar trenes enteros o estampar en la "Torre de la Memoria" de Paco Fresno un garabato estúpido, está la ciudad de Glasgow y su deslumbrante colección de medianeras intervenidas por artistas del mural, que ya justifican una escapada turística. En Vitoria secundan esa iniciativa con visita guiada y todo, aunque en el recorrido por su casco viejo prima la pintada reivindicativa, hoy relegada a desahogo gráfico de oprimidos con régimen foral. A gran distancia de aquellos muros llenos de proclamas políticas a veces entrecruzadas —la célebre réplica bajo la pintada amenazante contra Santiago Carrillo—, dignas de un museo de la Transición.
La sublimación del brochazo contestatario está en "La Vida de Brian", que podríamos sopesar como recurso a la pedagogía. Ese centurión romano que en su guardia nocturna sorprende al aprendiz de activista del Frente Popular de Judea declinando mal el latín; lo agarra de una oreja, le impone copiar cien veces "romani ite domum" y si al amanecer no está escrito en todas las paredes le rebanará las pelotas. De comedia de los Monty Python es lo de la antigua caseta de los baños de la estación de Serín, que los vecinos acaban de salvar de la piqueta porque el inefable catálogo urbanístico de Gijón la tiene entre los edificios protegidos. Aunque en una foto reciente parece el muro de expresión artística de todas las bandas callejeras en el distrito Apache de El Bronx.
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