Opinión

Procedimientos de transmisión cultural

Durante los últimos 300.000 años, la reproducción de nuestra especie se ha sustentado en el aprendizaje: genotipos, fenotipos y linajes se han traspasado de un cuerpo a otro. No solo: de unos ejemplares a otros, de unas tribus a otras, se han transferido caudales de información cultural compleja, diversa, discordante, a través de variados procedimientos de transmisión: el juego, la imitación y la autoridad, entre los más socorridos.

Esa infancia que imaginamos revoltosa y anárquica estaba (y está) férreamente reglamentada. Los niños, al practicar un juego, adoptan normas comunes, establecen turnos, se distribuyen los papeles e imponen sanciones. El juego ha sido (y es) una herramienta esencial para la socialización y el desarrollo de habilidades, permitiendo a los individuos experimentar y adaptarse a su entorno de manera segura. Se podría aventurar, en broma, que los embrollos civilizatorios se comprenden en la observancia del corro de la patata o de la rayuela.

La imitación ha sido (y es) crucial para la perpetuación de prácticas y conocimientos específicos, asegurando que los comportamientos efectivos y útiles se conserven y se transmitan de generación en generación. La emulación de un manojo de modelos o gestos ejemplares es, junto con las reglas, lo primero que se aprende y se remeda en la infancia.

La autoridad, representada por figuras como ancianos, líderes y expertos, ha proporcionado una fuente confiable de conocimiento y normas culturales, guiando a las comunidades y estableciendo estándares de conductas y creencias. El término "autoridad", proveniente del verbo latino "augere", del que derivan conceptos en apariencia diferentes como "augur" o "autor", debería conducirnos a los diálogos que se establecen entre humanos y dioses (augures) y entre vivos y muertos (autores). Los viejos, guardianes de este poderoso mecanismo de transmisión cultural, carecen de vigor físico para imponerse por la fuerza. Solo pueden imponerse por su propia autoridad personal, bisagra entre el pasado y el presente, intermediaria entre los muertos y los vivos.

Repasada la teoría clásica sobre los tipos básicos de transmisión cultural, se le cae a uno el alma a los pies cuando lee al antropólogo Marvin Harris ("Jefes, cabecillas, abusones", Alianza editorial, 1993): "El observador que hubiera contemplado la vida humana a poco de arrancar el despegue cultural habría concluido fácilmente que nuestra especie estaba irremediablemente destinada al igualitarismo salvo en las distinciones de sexo y edad. Que un día el mundo iba a verse dividido en aristócratas y plebeyos, amos y esclavos, millonarios y mendigos, le habría parecido algo totalmente contrario a la naturaleza humana a juzgar por el estado de cosas imperantes en las sociedades humanas que por aquel entonces poblaban la Tierra".

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