Opinión
Grisú
El grisú sigue en el aire. Después de arrebatar la vida a cinco trabajadores y segar la carrera política de la recientemente nombrada consejera de Transición ecológica, Industria y Comercio, Belarmina Díaz. El duelo de las familias ha de ser muy negro y las horas de la ya exconsejera, seguramente muy amargas. Pero el gas traidor sigue ahí, a modo de interrogante, con varias derivadas. Inflamable mientras no haya respuestas.
Da la impresión de que la tragedia se fue gestando, avivada presuntamente por una concatenación de ilegalidades, pasividades e ineficiencias. Arrastrando a un grupo de trabajadores hacia una trampa mortal que evoca tiempos pretéritos en los que ya no nos reconocemos. Pero si las cosas se hacen por la puerta de atrás, si oficialmente no están ocurriendo, la prevención de riesgos ya no es una exigencia. Además, el que baja a la mina o se echa a la mar siempre es el otro. A las guerras van los hijos de los demás, nunca los de quienes las declaran. Si así fuera, inmediatamente cesarían.
No puedo imaginar lo que ha sido bajar a la planta del accidente a recabar información para la investigación. Con todo, se pudieron descubrir los túneles que evidenciaban una actividad extractiva para la que la empresa Blue Solving carecía de permiso. Es difícil entender que en ninguna de las nueve inspecciones anteriores se registrara un solo indicio. Si hubo inspecciones, fueron muy cuestionables.
Es uno de los grandes interrogantes que quedó en el aire después de la primera comparecencia de la consejera, en la que ella misma fue abriendo galerías sin poder cerrar ninguna. También hay dudas alrededor del proceso de compraventa de la mina y la concesión de permisos posteriores. Surgieron alertas por diferentes razones desde distintas instancias: Hacienda, el Instituto de Transición Justa, la guardería rural asturiana o particulares. Desoídas o minimizadas, no cortaron el paso al grisú.
La investigación judicial es de la que menos se habla. Tendrá en su momento la última palabra. Para entonces, la verdad habrá ido reventando costuras. Las responsabilidades legales quedarán definidas pero las políticas son difícilmente obviables en el presente. Belarmina Díaz ha dimitido. Es honroso, demuestra madurez democrática, responsabilidad, empatía por el dolor ajeno y tiene, de por sí, un efecto reparador. De paso, le ha evitado al gobierno asturiano una crisis interna y una prematura travesía del desierto.
Pero el grisú sigue ahí. La administración regional habrá de mostrar una vocación inequívoca de responder a todos los interrogantes. La oposición, compromiso con la verdad, no con el rédito político particular, incluso a costa de acabar todos en el lodo.
No vaya a ser que también aquí -lo estamos viendo en Valencia- en vez de ofrecerles reparación a las víctimas y sus familias, le damos un penoso espectáculo.
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