Opinión | El disfraz de las mentiras
Encuestas
Tras consultar una muestra integrada por catorce mil personas mayores de cincuenta años y procedentes de diversos países europeos, un análisis elaborado por el Centro de Estudios Demográficos de la Universitat Autónoma de Barcelona concluyó que los padres con hijos/as en paro presentan un índice de sintomatología depresiva más alto que el de quienes tienen a sus hijos empleados.
Al leer esta noticia me acordé al instante de la película "Casablanca", en concreto del momento en el que el capitán Renault dice con cierta dosis de cinismo: "¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!" justo un instante después de que el jefe de sala le entregase un fajo de billetes correspondiente a sus ganancias en el juego.
Señala el estudio también que el impacto de la sintomatología depresiva aumenta en los países con baja protección social y se reduce en aquellos donde el estado del bienestar es más sólido, como ocurre al norte de Europa. No quisiera lanzarme a la piscina porque no he podido entrevistar ni a catorce personas, pero me atrevería a decir que los padres con hijos con buenos sueldos y una vida acomodada viven más tranquilos que aquellos cuyos hijos tienen empleos precarios. Un buen amigo con el que comenté la noticia me sugirió que quizá, solo quizá, entre los padres con hijos desempleados el nivel de angustia sea menor en aquellos de clase alta.
Nunca supe analizar muy bien el propósito de este tipo de estudios que no hacen otra cosa más que constatar lo evidente, pero comentándolo con otro amigo que siempre ve dobles y terceras lecturas (esta semana estuve muy pesado con el tema), él me sugirió que a lo mejor lo que se pretende es volver a cargar las tintas contra la juventud actual. Insistir en que los jóvenes no saben lidiar con sus problemas. Otra amiga, que siempre está atenta a los peligros del sistema ultraliberal, fue un poco más allá e insinuó que, en realidad, estos análisis son una maniobra para demonizar la preocupación y el cuidado y vendernos el modelo de sociedad individualizada. El que defienden hombres de apellidos compuestos (blancos y heterosexuales, claro), hechos a sí mismos y que no lloran y se lamen sus heridas hasta que consiguen labrarse una inmensa fortuna y que otros les labren sus propiedades.
Después pensé en el artículo que en estas mismas páginas publicó Héctor Colunga con motivo de la Semana Santa y en el que explicaba que la próxima revolución tiene que ser precisamente la de los cuidados. La de la necesidad de reconocernos como seres vulnerables. Pensé que lo más probable es que mi amiga no estuviera tan desencaminada y que, aunque nos despisten con guerras arancelarias y comerciales, la batalla que se está librando ahora mismo, al menos, la que a mí me importa, es otra. Mi trinchera la tengo clara y será la de preocuparme por el futuro de mi hija, por el frutero de mi calle y porque las personas que tengo cerca estén bien.
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