Opinión

Tradiciones que pierden fuelle

Algunos se han sorprendido por las millonarias cifras de participación de los españoles en cofradías y procesiones durante la pasada Semana Santa, así como por la notoria incorporación de las nuevas generaciones a estos ritos ancestrales. También en Gijón esta celebración ha recuperado esplendores pasados, suscitando interés y asistencia que continúan "in crescendo". Todo ello habla de un catolicismo, al menos sociológico y yo creo que algo más, que sigue teniendo un poso nada despreciable en nuestra sociedad secular y posmoderna.

Otras tradiciones, con entrañables tintes locales, desgraciadamente parece que pierden fuelle. En mi infancia, coincidiendo paradójicamente con una época en que las procesiones declinaron por una confluencia de causas que no vienen ahora al caso, se mantenía con fuerza la tradición, tan asturiana, del bollo de pascua con el que el padrino correspondía a su ahijado que una semana antes le había entregado la palma o el ramo bendito.

Los escaparates de las confiterías gijonesas, y mira que aquí somos llambiones, se convertían en auténticos monumentos a la originalidad e imaginación, y concitaban en aquellas fechas la atenta mirada de niños y mayores. Espectaculares aquellos huevos de chocolate de La Playa, que a los ojos de un niño asombrado parecían inmensos, con figuras de esquiadores surcando laderas de cacao. Todo envuelto en papel de celofán y lazadas no menos llamativas.

Pero, sobre todo y manteniendo la tradición local, los bollos rematados también con huevos o construcciones de chocolate y figuritas del más variado pelaje: clásicos cuentos infantiles, o protagonistas de comics o exitosas series de televisión. ¡Cómo no recordar los de la llorada confitería Alonso!, cuyo obrador, casi en el entronque de Menéndez Valdés con el Parchís, aromatizaba dulcemente la zona cada mañana.

La tradición regional siempre tuvo matices locales propios. En Avilés el insuperable bollo mantecado, con pisos superpuestos y decoración de bombones y otras golosinas. En las cuencas la llamada "pegarata", en forma de rosco de hojaldre, con plumas y otros adornos. En nuestro Gijón goloso aquel bollo, poblado de figuras diversas, tenía como base una tarta de jugoso bizcocho, relleno y bañado de yema, y decorado con frutas escarchadas y láminas de almendra en todo su lateral.

Hoy, al menos en nuestra villa, aquella tradición parece vivir tiempos bajos. El bollo de pascua gijonés es casi un bien en peligro de extinción, que sólo se encuentra en contadas confiterías. Los padrinos seguramente se inclinan, en sus regalos, por otras opciones como móviles de última generación, o equipamientos futbolísticos de precios disparados. Pero uno, que es un clásico, sigue añorando las dulces tradiciones pascuales.

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