Opinión | Tormenta de ideas

Un pastor

Supongo que habrán oído y leído todo tipo de opiniones y reseñas, pero tienen que entender que no puedo dejar de pasar este momento, que, además, es histórico, porque se va un pastor, y llegará ¿un pastor o un Papa? Lo que define a Francisco, el Papa, era precisamente su personalidad, su vida. Era pastor. Pastor de una iglesia, de un rebaño que cada vez es menos numeroso, porque no había nadie que le defendiera de los lobos. Y es que quizás hubo pastores que no sabían pastorear, que se limitaban a ser los presidentes de una pequeña nación y a seguir los mandatos y las tradiciones de una iglesia que se había quedado obsoleta.

Recuerdo con total amor al Papa Juan Pablo II, a quien me unieron muchas cosas y que tocó mi alma como nadie lo había hecho. Era el Papa de mi madre, el que venía a España justo cuando ella se iba. Ella, que le adoraba como yo. Era al que yo pedía con todas mis fuerzas que intercediera, que de alguna manera me ayudara a sobrellevar aquel momento. Era el Papa de mi madre y por eso sigo rezando y pidiendo por los míos con su complicidad, ahora que además es santo, porque sé que estará con ella y que con todos los demás allá arriba, seguirán protegiéndonos.

Después vino otro Papa al que no me sentí unida en absoluto. Era un maravilloso intelectual, no lo dudo, pero nunca me llegó al alma, esa que deben cuidar para que nos acerquemos cada vez más a una religión que a veces se nos pone difícil. Él, Benedicto XVI, seguía las tradiciones sin cuestionar nada, vestía con los zapatos rojos, que podían o no ser de Prada, y cuya imagen y discurso no te hacían pensar en el pastor que necesitamos. Y llegó él. Recuerdo que lloré mucho el día que le eligieron. Estaba en la clínica, un 13 de marzo a las siete de la tarde, de 2013. No me digan por qué, pero cuando salió tras la fumata su nombre, sentí algo diferente. Saben que tengo algo raro, que algunos llaman intuición… Me puse a llorar, sabía que Jorge Mario Bergoglio sería también mi Papa. Un argentino humilde, que hablaba mi idioma, en todos los sentidos, que me hizo sentir que todo merecía la pena, que su humildad, sus zapatos viejos, su valentía, su poco apego a lo esperado para él, me hizo verle como lo que fue. Un hombre muy valiente, enfrentándose a un gigante. Esperemos que la fumata blanca siga la estela que este pastor nos ha dejado, que nos traiga aquel que necesitamos en estos tiempos de cólera.

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