Opinión
Gracias, Vladímir
Toda vivencia colectiva extrema trae consigo sus particulares lecciones y el gran apagón del lunes pasado tuvo sus destellos. Más allá de la tarea de desentrañar las causas, identificar responsabilidades, compensar daños, evaluar la respuesta y mejorar la prevención, merece la pena reflexionar sobre el espacio-tiempo en el que fugazmente nos situó la experiencia. Va a ser difícil revisitarlo.
Fue justo después de compartir compulsivamente nuestra incredulidad a través de los móviles hasta que también ellos se fundieron a negro. Entonces nuestro mundo entró en espera y hubo unas horas de luz natural en las que, tal vez por sentirnos acompañados y compartir juntos la distopía, salimos a la calle.
Resulta que la desconexión digital igualó a "boomers", generación X, millennials, centennials y alfa. Los dos primeros tenemos memoria de una realidad íntegramente analógica. Así que contemplar en nuestra ciudad, aquí y allá, a jóvenes libro en mano o echando una partida de cartas, padres jugando con hijos, parejas conversando, personas escuchando una radio a pilas -benditas ondas hertzianas- y, en general, cabezas erguidas y pulgares en reposo, fue un súbito regreso a un mundo reconocible. Existió, está en nuestra biografía. Cadencioso, rico, compartido. Frente a otro frenético, solitario y vacuo, que también reconocemos.
Como por entonces todavía nos temíamos víctimas de un ciberataque y Rusia tiene en nuestro mapa geopolítico metal papeletas para esto y otras tropelías, estuve por darle las gracias a Vladímir Putin por semejante regalo en medio de la incertidumbre. Si él hubiera sido el instigador, le imagino entre la crispación y el sarcasmo bélico ante tal felicidad colateral.
Se apagó el paréntesis con la llegada del suministro. Había que compartir nuestro alivio generalizado y los móviles volvieron a quemarnos en las manos, claro. Y ahí, mientras ansiábamos recuperar cuanto antes las rayitas del 4G, nos asomamos al estado de ansiedad, inseguridad y desorientación propios del síndrome de abstinencia digital. Todas las generaciones lo padecemos a ratos pero sobremanera los más jóvenes, que no han vivido otro mundo más que éste. Hiperconectado, aislado.
Inmersos ya de nuevo en él, respirando aliviados porque fue una avería y ya es memoria, volvemos a nuestras cuitas. Al borde de nuestros períodos vacacionales, descubrimos que cobra fuerza, también en Asturias, el "turismo digital detox". Alojamientos y actividades de "ayuno digital". Rutas con planos en papel, juegos de mesa o infantiles, kits de siembra o plantado de árboles, tiempo de contemplación "tech free". Los móviles, requisados y en cajas fuertes.
Eso después de organizar la escapada, claro. Porque los estudios nos dicen que el 84% de nosotros la planificamos íntegramente a través de Internet, en muchos casos, vía móvil. También concluyen que miramos el móvil al menos cinco veces por hora estando de vacaciones. Una nadería en comparación con el resto del año. Pestañeamos en él.
Sí, tiene sentido buscar nuestro particular apagón.
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