Opinión

Minervino

Un recorrido por la vida social, política y deportiva de un abogado de gran carisma

Desde que nos conocimos a través de mi hermano Fernando hace más de medio siglo, Minervino de la Rasilla y yo fuimos, durante un periodo no muy largo pero sí muy intenso, colaboradores inseparables en muchas cosas, en buena parte de ellas también con el propio Fernando. El era un licenciado en derecho reciente y un formidable y admirado deportista, yo un abogado ya algo avezado y metido en el compromiso político clandestino. Pasando fotos por la cabeza con rapidez, tal como despiertan de la memoria (un modo muy verdadero de dar cuenta de algo), me veo junto a Minervino mostrándole en el despacho las cosas más indispensables aprendidas por mí en la profesión de mi padre, jugando tremendos partidos de fútbol en la playa cada sábado (o algunos días al final de la mañana, uno contra uno con porterías), asistiendo a reuniones políticas para poner en pie el grupo Democracia Socialista Asturiana, organizando con otros miembros de éste la logística del activismo cívico –como en la movilización "por un Ayuntamiento democrático", en torno a Manuel Hevia Carriles– o profesional –como en las del Colegio de Abogados– defendiendo gratuitamente a detenidos políticos, participando en la dirección del PSPA (Partido Socialista Popular de Asturias), donde Minervino representó siempre la opción más regionalista y libertaria, corriendo delante de los guardias que disolvieron a palos la primera gran manifestación cívica de Oviedo en el Paseo de los Álamos o discutiendo de forma encendida si la prioridad era conquistar el poder o elevar la conciencia de la gente. Pero lo veo también ayudándome a organizar algunas de las reuniones con "laboratorios de pensamiento" que yo recogería en El Regionalismo Asturiano. Leo lo anterior a mi hermano Fernando y me ayuda a recordar también a Minervino encabezando, con poderío físico indiscutible, el servicio de orden en la clamorosa visita de Tierno Galván a Asturias en febrero de 1977. Más tarde él, como tantas personas que se implicaron en la política sobre todo cuando más falta hacía, se volcaría de forma prioritaria en el ejercicio profesional y en la familia que empezaba a formar, con una entrega plena y virtuosa en ambas dimensiones de la vida. Fue un abogado extraordinario y de los que dignifican la profesión, un ejemplo del mejor individualismo solidario, un magnífico padre de familia y, para mí, un amigo inolvidable. Creo que su sencillo pero poderoso carisma y su decencia lo hicieron inolvidable también para cuantos en un ámbito u otro lo conocieron.

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