Opinión
Todo cambia para que nada cambie
Suenan tambores de guerra. Nuestra ciudad y región parece sumida en una dicotomía sempiterna entre el "todo va bien" y "todo es un desastre". No vivimos tiempos aptos para los amantes de la equidistancia. Las discusiones ornamentales nos alegran los debates de chigre.
Naval traslada su lucha obrera del pasado en un nuevo formato azul bendecido por los deseos de progreso a las portadas de los periódicos, los perfiles de redes y los consejos de administración y plenos de nuestras estructuras públicas más próximas.
El sistema educativo se alza en armas anunciando una huelga que puede quedar en nada o ser histórica. Una crónica de una realidad anunciada por quienes amasan motivos de desafección en el destino de nuestro sistema educativo público.
Hasta el Sporting parece colgar el cartel de "se vende" (realidad o deseo, vayan ustedes a saber) en búsqueda de nuevos horizontes que acojan la ilusión de una hinchada huérfana de motivos para creer.
Nuestros representantes viven una pretemporada electoral intensa con la mirada puesta en las citas importantes que irán llegando en los próximos años. Un espejismo de tregua que nos anticipa el próximo atracón de promesas que tratarán de convencer a muchos de lo bien o mal que unos y otros han hecho.
La virulencia de las declaraciones de quienes se ocupan de la cosa pública parece manifestar un interés superlativo en los problemas de la gente. Todo parece importar; todo parece cambiar, para descubrir finalmente que todo cambia para que nada cambie. La vivienda sigue siendo ese gamusino buscado por todos y todas que nunca aparece. El empleo, en muchos casos, no garantiza que una familia pueda llegar a fin de mes con la tranquilidad de quien gana el pan con el sudor de su frente. Seguimos sumidos en conflictos que nunca entenderemos en muchas partes del mundo… y para colmo esta semana decimos adiós a Pepe.
La semana pasada empatizaba con ese sentimiento de querer bajarme del mundo… pero todo el mundo sabe que ese no es el camino.
Este ciclo interminable nos lleva a una especie de resignación colectiva, en la que las promesas se disuelven en el aire, dejando un rastro de incertidumbre y frustración. ¿Realmente estamos avanzando o simplemente giramos en círculos, atrapados en la misma narrativa de siempre? Las soluciones se postergan una y otra vez, mientras el ruido de las promesas vacías sigue llenando los espacios públicos y privados. Al final, la sensación de estar estancados prevalece, con un futuro incierto que sigue suscitando dudas. Los tambores de guerra retumban más fuerte, pero el cambio sigue siendo una promesa vacía, un espejismo al que nos aferramos, mientras todo sigue igual.
Al final nos tocará elegir entre equidistancia o gatopardismo… ¿con qué se quedan ustedes? n
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