Opinión
Pedro Pablo Alonso
El alma de Gijón en un brillante mosaico fotográfico
El nacimiento de una urbe moderna y compleja, y los protagonistas que la construyeron, a través de una exposición en el Palacio de Revillagigedo

La Cuesta del Cholo, en una foto tomada en 1964 por Manuel José García Muñiz. / Muséu del Pueblu d’Asturies
Al ver la histórica exposición fotográfica "Gijon/Xixón. Epicentro Fotografía 1858-1992" me acordé de Sergio Leone y su obra maestra "Érase una vez en América". Esta selección de fotografías, postales y vídeos, comisariada por Juaco López Álvarez, director del Muséu del Pueblu d’Asturies, y con la dirección científica de Francisco Crabiffosse Cuesta, es tan impactante que merecería una banda sonora de Ennio Morricone.
Quien se sienta vinculado a Gijón, o desee conocer mejor la ciudad, encuentra en el Palacio de Revillagigedo de Fundación Cajastur una referencia ineludible: histórica y social, pero, sobre todo, humana. Es un testimonio brillante de la construcción de una urbe moderna, compleja, vanguardista, llena de matices y contradicciones, y de quienes fueron los protagonistas de ese apasionante proceso desde mediados del siglo XIX. Supone, además, un esfuerzo didáctico admirable, porque las nuevas generaciones tienen la oportunidad de conocer y entender lo que fueron y lo que son, de ver el decisivo Gijón marítimo, los rostros que lo formaron, la ciudad más popular enraizada en Cimavilla, y también la urbe burguesa, afrancesada en su concepción urbanística, que derrochaba iniciativas. Las tensiones sociales que se generaban y la forma de disfrutar la vida. Las decisiones políticas y económicas que configuraron lo que hoy es Gijón.
Ahí están los marineros, los pescadores, la lonja, los obreros del naval, de la construcción y la siderurgia o el vidrio; de las marcas propias de gaseosas o de chocolate. La fábrica del gas, rodeada por los solares y galpones que se transformarían en el actual barrio de La Arena. El ferrocarril. La Tabacalera y sus generaciones de bravas mujeres, como las de las conserveras o las míticas pescaderas del "¡Hay sardines!" Las tabernas, las romerías, los tranvías. Los colegios privados y los institutos públicos. Los militares, los revolucionarios, las luchas obreras y los centros sociales que las auspiciaron. La cultura, el periodismo. El urbanismo admirable y la arquitectura desmedida en su ambición insaciable que dejó sombras que siguen vigentes. La pasión por el deporte, empezando por el fútbol en la playa. La memoria del Real Sporting y de las primeras imágenes del Molinón, que llegaría a ser templo para miles de creyentes. Los colectivos cívicos como el Grupo Covadonga, cuando todavía estaba en la calle Molino, hoy Emilio Tuya; el Real Club de Regatas, referencia de la bahía junto a San Pedro, o el Santa Olaya. El hípico de los triunfos de Goyoaga; las carreras de motos. El Bibio, albero de tradición taurina centenaria en el norte de España, que sobrevivió a los destrozos de la guerra. Las carrozas por el muro. Los barrios que fueron origen, y los del crecimiento económico; las zonas rurales. Un Somió bucólico. Los merenderos y los lagares, los restaurantes y sidrerías de renombre. La memoria del turismo, cuando aún no eran turistas sino veraneantes o forasteros. La poderosa "Iglesiona", con su memoria de fe y dolor. Los Campinos y las campanas de San Lorenzo. La Casablanca del Gobiernín. La apabullante Universidad Laboral. Los artistas plásticos, con Piñole y Valle como tótems, o el vanguardista Antonio Suárez y el singularísimo Navascués. El teatro Jovellanos, los cines dignos del Oscar de Garci. Y, sobre todo, la gente. Esas mareas ciudadanas en la playa a principios del siglo XX, convertida en auténtica plaza mayor, en que se mezclaban la elegancia de la moda en muchos paseantes con las nuevas costumbres vinculadas al sol y el mar, donde los balnearios tuvieron un gran protagonismo, antes de que llegasen los grandes hoteles. Siempre la calle Corrida y sus terrazas. Los cafés, el Dindurra. El estallido turístico de los sesenta, con el bosque de casetas y los barquilleros en San Lorenzo; o los lugares emblemáticos del ocio de las nuevas generaciones, como El Jardín.
Epicentro fotográfico de Asturias
Seleccionar y presentar con inteligencia estas miles de imágenes, entre un fondo que incluye más de tres millones y al que se han sumado las aportaciones de otros centros gijoneses, como el Museo del Ferrocarril de Asturias y la Casa Natal de Jovellanos, es un esfuerzo admirable de una entidad tan bien dirigida como el Muséu del Pueblu d’Asturies, con un eficaz equipo, cuyo trabajo constituye una aportación valiosísima para la ciudad y que debe ser protegido y respaldado por encima de los avatares políticos, pues, como bien indica el título de la exposición, Gijón es el epicentro del patrimonio fotográfico de Asturias.
La muestra permite conocer a un plantel de fotógrafos con un nivel de calidad digno de los grandes referentes del arte fotográfico, y observar los medios técnicos de que dispusieron y las empresas que les permitieron alcanzar la excelencia en la reproducción. Hay tantas miradas sobre Gijón reunidas en el Palacio de Revillagigedo, que es imposible abarcarlas con una sola visita, por eso se agradece la posibilidad de revisitarla hasta el 12 de octubre. Ojalá se aproveche ese periodo para multiplicar la presencia de estudiantes, porque no sólo podrán entender mejor la ciudad donde viven, sino conectar con una forma de expresión visual que a la mayoría ya les resulta ajena por su inmersión en una cultura de la imagen más volcada en la acción que en la mirada pausada y reflexiva.
Analizar las reacciones del público es casi tan apasionante como contemplar las fotografías, porque ésta es de las muestras en que miles se sienten reflejados o vinculados, en que la gestualidad y los comentarios responden al reconocimiento de la propia experiencia. Los veteranos son, lógicamente, quienes encuentran más referencias vitales, pero para los jóvenes es fascinante, a veces casi increíble, ver construcciones como los elegantes balnearios cercanos a San Pedro, o las multitudes que llenaban el emblemático arenal de San Lorenzo, y sus añoradas pérgolas, hace más de cincuenta años, como testimonio de que el turismo de masas no es un invento reciente. También la riqueza arquitectónica de la concepción original de la Universidad Laboral, y su dotación educativa, sin duda imbuida en la ideología de la época, pero excelente en sus resultados estrictamente técnicos y formativos.
Nombres para la historia
"Gijón. Epicentro Fotografía" es, además, una demostración de que la ciudad es vanguardia en la cultura de la imagen, con museos de referencia como Laboral, porque lo fue en el arte y la tecnología fotográfica desde su creación.
El trabajo de pioneros como Alfredo Truan, Marceliano Cuesta, Bastide, Hauser y Menet, Belmunt o Juan Martín, abrió camino al convulso periodo de 1900 a la Guerra Civil, con Julio Peinado, Fernández Villaverde, Laureano Vinck, Roisin, Hatre, García Cuesta, Ruth Anderson o el admirado Constantino Suárez. Tras ellos, la brillante oleada de 1949 a 1969, con Gonzalo Vega, Ángel, Lena, Alarde, Javier Sánchez, Alonso Rebollar, Espín, Gonzalo del Campo, Encinas Vega y Manuel José García Muñiz, que en 1966 fue galardonado por LA NUEVA ESPAÑA como "Asturiano del año" en Fotografía.
Los fondos que ha logrado reunir y sigue acrecentando el Muséu del Pueblu d’Asturies suponen una riqueza cultural, social, histórica, cuya trascendencia es la salvaguarda de un periodo esencial de la ciudad. El hecho de ser fotografiada de manera excelente, incluida la mirada de creadores como Manuel Morilla, Juanes, Cuervo-Arango, Nicolás Muller, Gubiel, Rubio Camín, Dionisio González o Ruiz Tilve, con lugar destacado para el fotoperiodismo, con profesionales como Vegafer, Guerrero, Montoto, Matilla, Perlines, Klark, Joaquín Bilbao, Ramón González o Juan Carlos Tuero, sin olvidar las postales de Cándido Loma, permite que muchas generaciones conozcan lo que significa, fue y es Gijón. Una urbe con alma muy popular y vanguardista, humilde y monumental, pendiente siempre de la mirada al mar, a los emigrantes, a esa playa protagonista de tantas vidas, al puerto que fue principio y debe ser futuro.
La muestra sirve para reafirmar que la ciudad se construyó con una esencia de enorme complejidad, en la que se mezclaron visiones de la vida de sus diferentes clases sociales, sacrificio y hedonismo, naturaleza e industria, mercados populares y renovación comercial, música de raíz con creadores de un sonido que proyectó internacionalmente su nombre.
Hay muchos Gijón, y casi todos surgen de la vida que refleja esta inolvidable exposición.
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