Opinión | El disfraz de las mentiras
Naufragios
"Me acordaba de que tu padre me contó en cierta ocasión que los marineros se niegan a aprender a nadar porque así, en caso de naufragio, se ahogan enseguida y no tienen tiempo de sufrir". Con estas palabras, Ana, la protagonista de la novela "La buena letra", sintetiza toda una trayectoria vital, la de quienes han tenido que lidiar a cada paso con el dolor. En el momento de relatar su historia, ella es la última persona viva de todas las que asistieron a su boda. Habita entre sombras y recuerdos el hogar que fue construyendo entre la miseria de la posguerra y la pérdida. Ana escribe a su hijo desde el dolor y la resignación. A un hijo que ha intentado convencerla para que venda su casa, sus recuerdos, porque en esa España en plena especulación urbanística les pueden dar una cantidad muy alta de dinero.
Rafael Chirbes escribe la novela que ahora se ha llevado al cine en plena resaca de los fastos del 92, a los que siempre observó con dolor. "Mi generación vendió sus ideales por un adosado o un BMW", escribía en el año 1996.
"No sé qué nervio de dentro de mí ha tocado ese libro, pero me lo ha dejado en carne viva. Como si el libro y yo fuéramos lo mismo, animalitos temblorosos, irritables y asustadizos, en cualquier caso heridos." Estas líneas que el autor anotaba en sus diarios acerca de su propia obra reflejan exactamente la emoción que me provocó la novela cuando estas últimas semanas la volví a leer.
No me gusta el término "empatía". O, quizá, no es exacto que no me guste, pero me preocupa pensar que se haya convertido en un fin en sí misma. De acuerdo con la filósofa Martha C. Nussbaum, la empatía es una representación mental de una circunstancia que está sufriendo el otro, pero no lleva aparejada ningún compromiso moral. Dicho con otras palabras, somos capaces de imaginar el dolor de otra persona, pero no necesariamente de involucrarnos con él. De esta manera, la empatía constituye el primer paso para avanzar hacia la emoción en la que reside realmente el valor ético: la compasión. En ese sentido, la literatura y las artes desempeñan un papel fundamental, pues nos ayudan a imaginar el padecimiento que existe en otras vidas que no son la nuestra. Son el pilar en el que debería apoyarse el desarrollo de nuestra compasión.
Mientras escribía "La buena letra", la madre de Rafael Chirbes padecía demencia y dos de sus amigos más cercanos habían muerto. Vuelvo a leer la novela con catorce años más de los que tenía el autor cuando la escribió. Ahora mis padres están más cerca de los cien que de los setenta y es cuando más cerca los siento de ser Ana, la protagonista de la historia. Quizá por eso, su sufrimiento es el aspecto que más me ha conmovido y no me he fijado tanto en la memoria de la posguerra, ni en la historia de los amores contrariados, ni en esos silencios que tanto cuentan. Leo y la compasión me lleva a no querer convertirme nunca en el hijo de Ana.
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