Opinión

La mugre y los andamios

Es fascinante el repentino interés mediático que suscitó un edificio antiguo y catalogado, cuando la piqueta lo redujo a escombros tras décadas de deterioro e indiferencia general. Al frente del pasotismo marcha un Ayuntamiento que, transcurrido más de medio siglo de aquella vergonzosa complicidad consistorial en la destrucción del patrimonio arquitectónico, no ha sabido articular una normativa eficaz en la protección de lo poco que en pie quedaba. De modo que lleva décadas Gijón entregado a un fachadismo de andamiaje y tente tieso, un tupido velo tras el que aún progresa el remiendo alternando con la ruina, cuando no el escamoteo y ahí os queda el solar.

Dejar que edificios con historia y valor patrimonial se pudran como la manzana caída del árbol, con restricciones a la intervención inmobiliaria para acabar recurriendo al fotocopiado sistemático de fachadas (y a su inefable recrecido, excavadora mediante), es una estrategia de protección próxima al surrealismo. Como hacerse trampas al solitario. Pongamos que al esplendoroso Retablo del Mar de Sebastián Miranda lo atacara la carcoma y en el Museo Jovellanos se cruzaran de brazos hasta que la pieza tuviera más agujeros que históricos de Cimavilla representados. Y que, próxima ya la madera a desintegrarse en serrín, llamaran a Emulsa para reciclar la pieza como un viejo trinchero apolillado, tiraran de archivo fotográfico y mediante impresora 3D o la mismísima IA obtuviéramos un retablo policromado flamante en cosa de días. Calcado al destruido, pero con dos plantas añadidas a la antigua Rula para vivienda vacacional. Y unos turistas de pino norte asomados a la subasta del pescado, haciéndose selfies.

En la zona noble de Gijón, frente a la playa, el Campeonato de Permanencia de Andamio en Fachada Histórica Degradada se dirime entre la capilla de San Lorenzo y el martillo de Capua, catalogados ambos con el mayor grado de protección. El favorito al título es el palacete modernista, con su andamiaje mugriento a dos calles, sus desconchados y su ración de pintadas, frente a una iglesia barroca supuestamente ya en obras pero que condensa la tendencia institucional a la desidia burocrática, que la ciudadanía bendice con su propia galbana: Año y medio se prolongaron los trámites para la rehabilitación de la que fuera capilla de los Jove-Hevia; dieciséis meses más que los dos previstos para ejecutar la obra.

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