Opinión
De la grosería a la canallada
Hace ya tiempo que el ayuntamiento había acordado dar el nombre de Ignacio Echeverría, el joven abogado español asesinado en Londres cuando trataba de ayudar a una de las víctimas de un atentado yihadista, a la pista para monopatines, “skatepark” según asumido anglicismo, existente en la atalaya de Santa Catalina. El llamado héroe del monopatín, vinculado familiarmente con nuestra ciudad, recibiría así un merecido homenaje ciudadano. Recientemente, cuando iba a descubrirse el monolito en honor del homenajeado, y en presencia de algunos de sus familiares más directos, el acto fue reventado por un pequeño grupúsculo, una decena según los medios, de incivilizados que, con berridos y demás improperios, impidieron las intervenciones de los representantes municipales; según parece para trasladar, de la forma más inapropiada posible, su descontento por la supuesta falta de mantenimiento de dichas instalaciones.
Desconozco, y tampoco me importa gran cosa a la hora de valorar la improcedencia de su comportamiento, si la denuncia que pretendía hacer valer este ruidoso puñado de intransigentes, que cabían en un ascensor, carece o no de fundamento. Aun cuando lo tuviera, hay infinidad de medios alternativos, y por supuesto más civilizados, para reclamar sus pretensiones: denuncias y reclamaciones dirigidas al ayuntamiento y/o sus grupos políticos, escritos de queja publicados en los medios, recogida de firmas, o manifestaciones convocadas en tiempo y forma que, viendo el poder de convocatoria de estos trogloditas, se adivinarían multitudinarias. Si me apuran hasta podría admitirse esa mini concentración, pero respetuosa y silenciosa, en el acto de inauguración citado.
Lo que no tiene defensa alguna es recurrir a un escrache, tan intolerante como antidemocrático, que constituye, en primer lugar, una falta de respeto a nuestros representantes municipales, elegidos democráticamente; pero sobre todo una afrenta y falta total de respeto a un héroe ciudadano y a su familia. Si algo ha sido Ignacio ha sido precisamente un modelo de generosidad y de civismo, justo el que les faltó a ese puñado de vociferantes. Nuestra ciudad, abierta, plural y tolerante, no debe saltar a los medios por noticias como esta, provocadas por cuatro gatos radicalizados que tratan de tensionar nuestra pacífica convivencia ciudadana.
En el mejor de los casos cabría pensar que sólo son un grupo de mal educados redomados, necesitados de una alguna terapia de reinserción social. En el peor, tampoco cabría descartar que estuviéramos ante un reducto de sectarios ideologizados hasta las trancas e incapaces de asumir que fuera de su grupo, o en ámbitos sociales alejados de los suyos, puedan surgir héroes ciudadanos dignos del máximo reconocimiento. Y en ese último caso estaríamos pasando de la grosería a la canallada.
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