Opinión
El toro y la Justicia
Es Gijón ciudad donde abundan los animales y los animalistas. Por debajo de mi ventana pasan todos los años muchos de los segundos, acompañados por algunos de los primeros, manifestándose en contra de la lidia y todo lo que la rodea. Supongo a muchos de ellos ignaros de que, caso de lograr sus objetivos, desaparecería el toro bravo y las dehesas, esos espacios naturales donde se cría a ese precioso animal.
A mí, eso de manifestarse, no me va, quizás porque durante mi vida profesional lo he tenido prohibido por ley; pese a ello, alguna vez rompí los preceptos para hacerlo ante la barbarie terrorista de ETA. Tampoco son gente dada a la manifestación los miembros de la judicatura, que hoy protagonizaban un hecho inusual, pues salían a las doce en punto, durante diez minutos, a la puerta de los juzgados para expresar su oposición, no a las salidas de tono, por decirlo finamente, de algunos miembros del gobierno lacayos del doctor Sánchez, sino por su oposición a la nueva ley que cambiará para siempre el acceso a la carrera judicial, haciéndola mucho más dócil al poder ejecutivo, lo que unido al nuevo estatuto de la Fiscalía que promueve el señor Bolaños, ministro de Justicia, que elimina la instrucción de los jueces y mantiene la dependencia de la fiscalía del gobierno, nos deja a todos, sin excepción, más cerca de convertirnos en súbditos de una república bolivariana. Ye lo que hay.
La situación, y la manifestación, me parecían de tal importancia que el miércoles dejé de lado mi cotidiano ocio deportivo y atravesé la ciudad, en compañía de mi mujer, con la pretensión de dar mudo apoyo a los representantes de la Justicia, y allí, para mi desconsuelo, pude comprobar que no llegábamos al centenar los preocupados, supongo yo, por la deriva que el asunto toma, con un final previsto en el que la justicia ya no llevará tapados los ojos, pues mirará de reojo a quién juzga, y actuará en consecuencia; y tampoco usará la balanza, pues ya no será necesario mantener un equilibrio entre las partes. Y qué decir de la espada, ya un poco roma, y que, si a esta banda se lo permitimos, acabara limándole los últimos dientes, con la disolución, o el embridamiento, de esa UCO tan nombrada en estos tiempos de aflicción.
Algunos gritaban "no estáis solos", aunque el número no daba mucha esperanza, máxime si descontamos los miembros de la clase periodística allí presentes; y a mí me iba embargando un sentimiento de desolación al pensar que somos una nación de bóvidos que no ve más allá de la pación que le ponen delante.
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