Opinión

El mito de la caverna

Es difícil no perturbarse en estos días (y en estos tiempos) ante la cruda realidad que nos toca vivir. El desasosiego campa libre como el viento, sacudiendo a la más templada de las personas. La actualidad vuelve a golpearnos, mostrando una de las mayores debilidades del ser humano.

Las sombras que nos proyectan para regocijo y entretenimiento del común de los mortales se esfuman de golpe. Alguien enciende la luz, y volvemos a la verdadera normalidad. Esa que no nos permite bajar la guardia ante extraños encantadores de serpientes, que inflan la burbuja de lo que queremos oír durante el día y, cuando llega la noche, se convierten en lobos salvajes que arrasan con todo lo que encuentran. De repente, descubrimos a monstruos que jugaban tras la atalaya del poder…

Es curioso observar cómo la historia se repite, rompiendo el imaginario excepcional de los hechos. Algunos vectores de nuestra sociedad siempre buscarán vías por las que trepar, acaparar y hackear la esperanza que muchas personas tienen en creer en los demás.

Desde que uno tiene uso de razón -y seguro que la gran mayoría de ustedes- ha sido testigo de callejones oscuros donde la sibilina tentación buscaba atraer nuevos discípulos del lado oscuro. Gestos imperceptibles que trataban de empujar, a quien más o quien menos, hacia prácticas poco honorosas: facturas sin IVA, ingeniería fiscal para ahorrarse unos eurillos, trabajos en B… Podríamos seguir escalando el nivel de tentaciones, proporcional al poder que uno o una gestiona en las distintas posiciones que pueda ocupar.

Es triste reconocer esta deriva que la condición humana puede tener. Pero más triste aún es no abordar esto con la contundencia y decisión que se requiere. No estamos ante una cuestión puntual. Me genera cierta sorpresa escuchar a unos y otros señalarse, en un ejercicio retroalimentado por sus acólitos, bajo mantras performativos que poco o nada aportan a toda la sociedad.

La picardía y la picaresca sigue siendo un mantra que campa a sus anchas en nuestro devenir como sociedad española. La jocosidad con la que se alienta a quien sabe ejercerla es altamente preocupante. La falta de cordones éticos y morales que podemos desplegar para acorralar a quienes juegan a reventar nuestros sistemas sociales, económicos y políticos es, sencillamente, alarmante.

Y claro, esto no se soluciona con una auditoría externa. Tampoco con cantos de esperanza en busca del mirlo blanco que logre virar una praxis milenaria que enferma nuestro ADN como sociedad.

Si queremos romper con la cadena de sombras que nos mantiene adormecidos en la caverna, debemos comenzar por mirar de frente lo cotidiano: denunciar la trampa, cuestionar al pícaro y elevar el estándar ético desde la base. No es una cuestión de utopías, sino de responsabilidad urgente.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents