Opinión
Centenario en La Habana
El próximo año se cumplirá el centenario del nacimiento de aquella bestia parda de nombre Fidel, y de apellido Castro, para vergüenza de cualquier gallego con un poco de sentido común. Un tipo que consiguió engañar y arrastrar tras él a un grupo de exaltados universitarios, en una universidad a la cabeza de los movimientos radicales de izquierda en la Hispanoamérica de entonces, década de los 50 del pasado siglo, para después tirarse al terrorismo con el asalto al cuartel de Moncada, 1953, sobrevivir, él y su hermano Raúl, para más tarde ser amnistiados, al estilo de lo que luego pasaría con Chávez en Venezuela, y gracias a la influencia familiar y la iglesia católica, para, posteriormente, organizar un grupo en México con el que desembarcaron y se tiraron al monte. Allí, en condiciones normales, deberían haber desaparecido por inanición pero, los errores del ejército de Batista, y el apoyo de la opinión pública yanqui, jaleada por un imbécil periodista del "New York Times" que no se enteraba de nada, les dieron suficiente combustible como para hacer caer la dictadura del sargento Fulgencio. Ye lo que hay.
Después siguieron décadas de dictadura revolucionaria, igual de sanguinaria pero mucho más famélica que las de derechas, y en ello siguen los cubanos a día de hoy, cuando están a punto de entrar en el centenario de aquel barbudo que consiguió disfrazar su fascismo caribeño como marxismo isleño, y para el que su hermano, añoso en una familia de alta longevidad, prepara los fastos que distraigan de la cotidiana miseria en la que sobreviven los cubanos que no han logrado abandonar la isla, y que más que exposiciones alegóricas, preferirían un plato de ropa vieja los domingos. Sólo eso.
Casi de la misma quinta es el edificio que Manuel del Busto, con tanta obra en Gijón, realizó en La Habana para el Centro Asturiano en 1927. Una obra espectacular, pese a que el recorte presupuestario dejase sus torres truncadas, pero con una gigantesco salón de baile afrescado en su techo con motivos asturianos, hoy perdidos, y una escalera central prodigiosa y rematada con un techo acristalado en el que las Carabelas de Colón recuerdan la historia isleña. Un edificio que hoy aguanta las embestidas del tiempo gracias a la restauración que el Principado de Tinín Areces pagó en su tiempo, y que hoy acoge el museo nacional de pintura, nutrido con las obras requisadas sin compensación por los barbudos tras la llegada al poder.
No están los cubanos para centenarios. Sólo quieren sobrevivir, y, mientras persista el régimen autogenocida de los Castro, pareciera que camareros y jineteras es el único porvenir que tienen.
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