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Opinión | Comentarios al paso

No somos racistas

No lo somos tanto si nos fiamos de los organismos que miden el nivel de racismo en distintos países. Según un informe de 2023 de la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), el 30% de las personas negras residentes en España afirma haber sufrido discriminación en los últimos cinco años. Cifra que sitúa a España entre los países con menor prevalencia de discriminación percibida por afrodescendientes en la UE, el tercer puesto entre los 13 países analizados. Solo Portugal (17%) y Polonia (19%) presentan porcentajes más bajos.

Se consulte la estadística que se consulte -sin desatender o ignorar la raigambre o los rescoldos históricos del racismo-, suele quedar al descubierto que cuando se relaciona migración y delincuencia aflora siempre una intención claramente partidista: los propagadores de tal mantra xenófobo saben que es mentira, o son unos ignorantes. La revuelta de El Ejido, en el 2000, o el conflicto de Torre-Pacheco, más reciente, evidencian una interesada instrumentalización política de las minoritarias pulsiones racistas. Las explosivas declaraciones de dirigentes extremistas, como la propuesta de expulsión de ocho millones de inmigrantes, además de irreales, persiguen difundir mensajes diseñados para provocar enfrentamientos, generar miedo y polarizar el debate; puesto que conocen perfectamente que muchos sectores económicos dependen de esa mano de obra. Un discurso que, en el fondo, sirve a esa estructura económica que necesita una mano de obra sumisa e invisible, al convertir a los inmigrantes en amenaza. Lo que hay detrás es una descarada explotación en los campos de plástico de Almería o en los cultivos intensivos de melón y lechuga en el Campo de Cartagena. Es decir, ese discurso de incitación a la violencia de la ultraderecha contribuye a esconder una mano de obra ultrajantemente explotada que se pretende mantener sepultada en un espacio social invisible. Una retórica, una escalada discursiva que responde también a una estrategia premeditada: se crea artificialmente un problema para luego presentarse como los únicos capaces de gestionarlo y ofrecer una solución a las claras fraudulenta, embustera. Lo realmente novedoso, aparte de los grupos organizados de agitadores y de la veloz propagación del odio, las algaradas y las cacerías a través de las redes sociales, es la normalización creciente de unos discursos racistas que permiten azuzar y exteriorizar abiertamente el exiguo, residual, latente racismo que pueda operar en la sociedad, convirtiendo el odio racial en una herramienta política rentable.

Aunque hoy presenciemos episodios lamentables que parecen anunciar un rebrote xenófobo, no es menos cierta la existencia de movimientos antirracistas cada vez más amplios y articulados. Avanzar hacia un horizonte de inclusión y convivencia plenas significa, en definitiva, adoptar una postura radical y deliberadamente antirracista.

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