Opinión
El síndrome del impostor
A principios de este año recibí una llamada desde el Ayuntamiento. Una llamada que me invitaba a participar en una nueva iniciativa de la Concejalía de Participación. Un proyecto bajo el título "Yo cuento" que pretendía acercar distintas voces de nuestra querida ciudad para descubrir esos intangibles que han hecho de Gijón una ciudad activa, dinámica y transformadora. Una primera temporada de 12 videopodcast centrados en la participación.
Lo primero que sentí fue vértigo. Hablar del asociacionismo gijonés es como intentar resumir una enciclopedia en un suspiro. Ante propuestas así el síndrome del impostor se sienta a tu lado, te mira a los ojos y frunce el ceño. Te recuerda que hay tantas voces, tantas manos y tantas historias que podrían contarlo mejor que tú… Personas injustamente relegadas al anonimato de nuestra historia como ciudad. O personas que, siendo reconocidas, su esfuerzo nunca ha sido correspondido como merecen. No quiero mentar a nadie, por esto de dejar siempre nombres fuera. Pero muchas personas que están leyendo esto seguro que ponen nombre y apellidos a quienes han fraguado el desarrollo de nuestros barrios y ciudad desde el anonimato, con humildad y verdadera vocación de servicio. Y sin embargo, ahí estaba, sentado en un estudio de grabación intentando poner palabras a un relato colectivo.
Gijón se explica mejor en plural. En los coros vecinales, en las asociaciones que nacieron de la nada, en los movimientos culturales, en la piel de quienes salieron a las calles para reivindicar una ciudad mejor y más justa… personas que transformaron desde la constancia y el cariño; que reivindicaron y llenaron de ilusión nuestra convivencia. Hablar del asociacionismo gijonés es hablar de quienes no salen en los titulares, pero que mantuvieron y mantienen viva la ciudad real. Esa ciudad que se palpa en las conversaciones de parque, en las terrazas de los chigres y en los rellanos de los pisos.
Ojalá que "Yo cuento" no fuera una excepción a la hora de recordar que Gijón está lleno de gente que hace, piensa y construye. Ojalá que escuchar a quienes dan voz a la historia de nuestra ciudad formara parte de nuestra manera de entender el presente y futuro de nuestra amada ciudad. Una verdadera participación que vence lo simbólico y profundiza en las raíces de los que fuimos, somos y seremos gracias al hacer y al compartir de quienes cohabitamos en nuestra ciudad.
Quizás el síndrome del impostor sea, en el fondo, una forma de respeto. La conciencia de que lo que contamos no nos pertenece del todo. Una cura de humildad que no nos vendría mal vivir de vez en cuando. Gijón no tiene una sola voz, sino un crisol de muchas. Por mi parte, gracias a toda la gente que, sin voz, ha hecho -y sigue haciendo- de Gijón un motivo de orgullo.
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