Opinión
España y la Hispanidad: un legado que sigue latiendo con fuerza
Un alegato contra la interesada "Leyenda negra"
España dio a Roma cuatro emperadores —Trajano, Adriano, Teodosio y Marco Aurelio—, y fue el único país europeo que, tras ser invadido por el islam, logró que sus herederos políticos, culturales y religiosos reconquistaran su territorio a lo largo de ocho siglos de resistencia. Defendió al mundo occidental en las murallas de Viena y en las aguas de Lepanto, marcando hitos decisivos en la historia de Europa. Solo por eso, nuestra historia ya sería única. Pero nuestra mayor obra no está escrita en Europa, sino en el alma mestiza de América: es la Hispanidad.
Lejos de limitarse a una conquista armada, la presencia de España en América fue una auténtica empresa civilizadora que trasladó al Nuevo Mundo las estructuras culturales heredadas de Roma: la religión, la filosofía, el derecho, la arquitectura o el arte. En este sentido, puede afirmarse con justicia que España supuso la romanización de América. Donde antes no existía una cultura escrita unificada, llegó el idioma castellano; donde no había universidades, se fundaron centros de saber; donde había dispersión, se organizaron virreinatos sólidos que articularon vastos territorios bajo una visión del mundo profundamente católica, humanista y universal.
Pero, sobre todo, a diferencia de otras potencias, España no exterminó ni segregó a los pueblos originarios, sino que —con todas sus contradicciones— los integró en una nueva sociedad mestiza, reconociéndoles, como ya hiciera Isabel la Católica en fecha tan temprana como 1504, "alma", derechos y la capacidad de acceder a los sacramentos, a la educación y a la ciudadanía del Imperio. Este respeto esencial por la dignidad del indígena, plasmado en leyes como las de Indias y debates como los de Valladolid entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, no solo marcó un rumbo distinto, sino que representa una de las mayores grandezas éticas de nuestra historia y uno de los pilares morales sobre los que se asienta la idea de la Hispanidad.
Pero el legado de España en América no está escrito únicamente con palabras, sino también en piedra. Basta pasear por La Habana Vieja para sentir la vibración de los siglos en sus plazas coloniales, sus iglesias y fortalezas. En el Viejo San Juan de Puerto Rico, los adoquines azules y las murallas hablan con acento andaluz. Lima conserva en sus balcones de madera tallada el eco de la España barroca, mientras que, en la Ciudad de México, el esplendor virreinal vive en sus catedrales, palacios y callejones que recuerdan a Sevilla, Granada o Toledo. Desde las misiones de California hasta las iglesias de Tierra del Fuego, cada ciudad hispanoamericana lleva a España en sus entrañas: en el trazado de sus calles, en sus plazas mayores, en sus campanas y retablos, en sus hospitales o en sus colegios y universidades.
Porque ya desde muy temprano, España fundó universidades que se convirtieron en centros de conocimiento y cultura. La Universidad de Santo Tomás de Aquino, constituida en 1538 en la actual República Dominicana, fue la primada de América. Después llegaron la Universidad de México y la Universidad de San Marcos en Lima, en 1551, y varias decenas más. Fueron estas instituciones las que formaron a las élites y difundieron saberes científicos, filosóficos y teológicos en el Nuevo Mundo.
Además, se crearon hospitales que atendieron a indígenas, mestizos y europeos sin distinción, sentando las bases de la medicina pública en el Nuevo Continente. Destaca, sin duda, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, en 1803, liderada por Francisco Javier Balmis, que llevó la vacuna contra la viruela no solo a las provincias americanas, sino también a Filipinas —territorio que formó parte de la Monarquía Hispánica durante siglos— e incluso a China. Una auténtica hazaña, que salvó decenas de miles de vidas, cuyo recuerdo ha trascendido generaciones, y que simboliza el compromiso solidario, universal y perdurable de España con la humanidad.
En definitiva, hoy más que nunca, es necesario acabar con la "Leyenda negra" que, desde hace siglos, ha sido promovida —y aún lo es— por otras potencias interesadas en dividirnos, debilitarnos y negar la grandeza de nuestra historia común. España puso en marcha un proyecto civilizador que integró, construyó y enriqueció un vasto mundo cultural que sigue vivo en cada rincón de América y en las comunidades hispanas del mundo.
Por eso, ayer, desde Gijón, celebramos con orgullo y alegría este legado compartido. ¡Viva España! ¡Feliz Día de la Hispanidad a todos los españoles y a todos los hispanoamericanos! Muy especialmente a quienes vivís aquí en Gijón entre nosotros: gijoneses del Perú, de Cuba, de Colombia, de México, de Argentina, de Venezuela, de Ecuador, de Bolivia, de Chile y de tantos otros países hermanos. Juntos construimos el futuro de nuestra gran familia hispana.
Y tampoco quisimos olvidarnos del benemérito cuerpo de la Guardia Civil, que conmemoró a su patrona, la Virgen del Pilar. En un día tan señalado, rendimos homenaje a su vocación de servicio y compromiso diario con la seguridad, la justicia y la defensa de España. Recordando, además, a su fundador, el Duque de Ahumada, descendiente directo del emperador azteca Moctezuma, lo que convierte a la Guardia Civil, desde su origen, en una institución profundamente unida al alma mestiza de nuestra historia compartida con América. Gracias, de corazón, por vuestra entrega silenciosa y ejemplar.
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