Opinión | Palabras con silencios
El Domund de la esperanza
No era difícil asignarle lema al Domund de este año 2025. En plena celebración del Jubileo de la Esperanza, era lógico que llevara esa denominación. En esta "sociedad del cansancio", como la describe con éxito el nuevo Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, el coreano-alemán Byung Chul Han y en esta etapa de la historia donde se levantan muros y se encienden guerras, donde además la aritmética de la economía mundial y nacional denuncia que la distancia entre riqueza y pobreza de agranda, es de primera necesidad el que alguien mantenga viva la llama de la esperanza. El mensaje que acompaña a esta Jornada ya casi centenaria, ha sido uno de los últimos escritos del papa Francisco que asume con estilo propio, pero con empeño decidido, como misionero que ha sido en Chiclayo-Perú, el nuevo papa León. El Domund no es una ONG, es una "Iglesia en salida a las periferias" que, anunciando el Evangelio dignifica, siembra fraternidad entre razas y pueblos y crea vínculos de solidaridad. Los misioneros, durante siglos, han escrito con sus vidas una de las páginas más bellas, más humanas, más trascendentales de la historia.
Su ingente trabajo podemos traducirlo en números. Hoy, uno de cada cinco habitantes de este planeta es católico y una de cada tres de las iglesias-diócesis es de misión (1.131), y creciendo en África, a pesar del yihadismo; en América, soportando las nuevas dictaduras (Nicaragua y Venezuela sin tierra de mártires); y en Asia, semillero actual de vocaciones. Solo decrece en esta Europa envejecida y cansada.
La Jornada Misionera ha sido presentada en Madrid, por "un misionero de esperanza", gijonés y que ejerce en el oficio, el jesuita Kike Figaredo, de palabra afable que convence, prefecto apostólico de Battambang, en la Camboya sembrada todavía de minas antipersonales que siegan vidas y extremidades, consecuencia de una guerra civil. Visitando sus campos de refugiados hace cuarenta años, se quedó con ellos y para ellos. Y supo hacer lo que necesitaban, sillas de ruedas aunque fueran de madera, para que no se quedaran sentados sino que pudieran andar por la vida. Todo un símbolo para nosotros: ponerle ruedas a la silla cansada de nuestra fe para que esa "Iglesia en salida" pueda sembrar esperanza.
Gijonesa es también Carmen, una religiosa que trabaja con los "guajeros", personas de todas las edades, incluidos niños, que rebuscan en el basurero de la ciudad de Guatemala para poder vivir. Ella, maestra, además de ofrecerles ayuda, educa a los niños en la escuela y los alimenta. En estas dos personas, conocidas, quisiera tener un recuerdo agradecido a tantos misioneros esparcidos por el mundo que dignifican a las personas, viéndolas a todas como hijos de Dios y que, con su vocación, demuestran que seguir a Jesús, el Señor, es dar vida.
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