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Opinión

Victoria Zaragozí: La mujer que dibujaba sonrisas

Victoria Zaragozí dibujaba sonrisas con sus manos y las hacia volar como palomas mensajeras. Tras desplegar sus alas sobre el cielo sinuoso de Gijón, se posaban y anidaban en sus labios. Hasta los médicos y enfermeras que la acompañaron en los últimos días de su vida percibieron la bondad que emanaba de su gesto, la fortaleza de un espíritu indómito que dejó todas sus fuerzas en la cruel batalla contra el cáncer. Ni siquiera ese enemigo vil logró borrar su mirada angelical, su gesto amable, ni el ánimo maternal que hoy, con el golpe de la desolación, tanto echan en falta Enrique, Eduardo y Victoria.

Pasadas las nueve de la mañana de este domingo gris y triste, el mensaje telefónico de Quique Tamargo nos atravesó como un puñal de hielo: "Ha fallecido Victoria, luchando con ilusión hasta el final. Qué mujer más increíble he tenido la suerte de disfrutar". Qué injusto el destino cuando marchita, a destiempo, una sonrisa perenne; qué hondo el dolor cuando se extingue una presencia y solo queda el consuelo del recuerdo.

A este juntaletras, Victoria se lo ganó hace años, cuando supo que ella, profesora de Plástica en el instituto Feijoo, de La Calzada, utilizaba alguno de sus artículos para comentarlos con sus alumnos. "Te utilizo para hacerlos pensar", justificó ella, a sabiendas de que el dibujo poco tenía que ver con la palabra escrita. Ella era así: curiosa, generosa, vital. Se dejaba querer, y quería con locura.

Prueba de ese cariño que derramó a raudales fue el desfile de personas y personalidades que ayer acudieron a tributarle el postrero adiós. El primer ramo de flores llegó del grupo de amigos del golf de Quique, los de "Hoyo 19", para quienes Victoria había diseñado el escudo que lucían en sus camisetas. Era alicantina, pero parecía de Gijón.

Ella dibujaba sonrisas, y ayer sus palomas, también de luto, pero venturosas, revolotearon sobre nuestras cabezas en Cabueñes y voltearán esta tarde con sus alas las campanas de San Julián. Victoria ha muerto, sí, pero permanece entre nosotros, en el recuerdo imborrable de quienes tuvimos la suerte de conocerla y quererla.

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