Opinión
La Cultura, el debate
No siempre ocurre: hay épocas en que las palabras y los presupuestos viajan en direcciones distintas. Pero esta vez, Asturias parece encontrar un raro equilibrio entre el discurso y la acción. Las instituciones han comprendido que la cultura no es un adorno, sino un cimiento. Y eso, en una tierra que tantas veces ha tenido que empezar de nuevo, es casi una revolución silenciosa.
Hablo desde mi trayectoria profesional… y desde la experiencia de mantener un negocio abierto con la esperanza de que sucedan cosas nuevas. Durante mucho tiempo, hablar de cultura en Asturias era hablar de resistencia: programas que sobrevivían con presupuestos mínimos, artistas que trabajaban con entusiasmo y proyectos que se apagaban justo cuando comenzaban a dar fruto. Hoy nos encontramos en un momento que merece celebrarse.
Asturias está de moda, y la cultura también. Quien me conoce sabe que soy optimista por naturaleza, y lo que percibo es un paso decidido de las administraciones: aumento de fondos para equipamientos culturales, programaciones estables y apoyo a la creación contemporánea. La Laboral Centro de Arte y el Museo de Bellas Artes estrenan dirección y mirada renovada. Por primera vez en mucho tiempo, instituciones y ciudadanía parecen caminar en la misma dirección: entender la cultura como un proyecto de largo recorrido, no como una actividad de temporada.
Y si algo demuestra el momento que vivimos, es que la cultura ha vuelto al centro del debate. El traslado del Museo Piñole o el futuro de Tabacalera han ocupado durante semanas la conversación cotidiana y los titulares de prensa. No entraré en polémicas –cada proyecto tiene su complejidad y la política lo complica–, pero resulta significativo que estas cuestiones generen discusión y hagan partícipe a la ciudadanía y a los colectivos sociales.
Hace no tanto, un debate así habría durado dos días. Hoy se prolonga semanas. Y eso dice mucho de la madurez de una sociedad que comprende que la cultura no es un lujo, sino una parte esencial de su identidad. Este cambio no es solo económico: es mental. La cultura ocupa por fin el espacio que merece en la conversación pública. Las administraciones asumen su papel de acompañar y apoyar, no solo de dirigir. La voluntad está en las personas, no en la ideología ni en el color del partido. Cuando se actúa con claridad y valentía, se logra mucho; pero qué difícil es encontrar esas personas.
Gijón y Asturias tienen una ventaja que otras regiones perdieron: hay espacio para lo íntimo, lo experimental y lo local. Si se consolidan redes de apoyo y colaboraciones público-privadas, podremos no solo exhibir cultura, sino producirla. Y eso es lo que deja huella.
Asturias vive su mejor momento para impulsar proyectos que se queden. No por euforia, sino por madurez. Si las administraciones mantienen esta apuesta –sin improvisar ni recortar caprichosamente–, pronto podremos mirar atrás y decir: en preciso momento fue cuando comprendimos que la cultura podía ser un motor económico. Y ese será, sin duda, el mejor legado de nuestro presente.
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