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Opinión | Comentarios al paso

Cuando la moderación resulta revolucionaria

La moderación, que los clásicos griegos llamaban "sophrosyne" y los romanos "temperantia", no siempre mantuvo buena prensa a pesar de su condición de vieja virtud, fundamento de los discursos éticos y políticos. El filósofo madrileño Diego S. Garrocho, autor del libro "Moderaditos. Una defensa de la valentía política", de reciente aparición en la editorial Debate, confiesa desconocer en qué momento se convirtió en motivo de escarnio defender la mesura. Y dice ignorar también por qué la palabra "moderación" empezó a oler a rendición, a claudicación o a cobardía. Intuye que esta versión negativa del término alcanza su máxima expresión en el año 2020, cuando la derecha más punk y pendenciera bautizó con timbre despectivo como "moderaditos" a quienes no compraban su paquete ideológico repleto de gritos, grescas, chirridos de motosierras… Contra quienes aseguran que las nuevas generaciones no creen en nada, convendría oponer la percepción de un mal generalizado: la vehemencia acrítica con la que abrazamos nuestras creencias, de tal modo que el pensamiento belicoso se ha convertido en un signo más de la deriva identitaria. Reconozcamos que nos sentimos protegidos al abrigo de la manada o de posiciones categóricas compartidas; pero admitamos que ese atrincheramiento defensivo expulsa, proscribe a los impuros, los templados, los moderados. Convengamos en que alimentar el tajante binarismo de o conmigo o contra mí empobrece la complejidad del mundo, de las sociedades, de la vida. Si aterrizamos en el terreno de la práctica política en nuestro país, aún pienso que la moderación es rentable, que la cautela es conveniente, que los dogmas son perfectamente cuestionables sin arriesgar una pacífica convivencia. Y sigo pensando que aquel período de nuestra corta democracia, tan denostado por unos como alabado por otros, que se convino en llamar Transición, fue un modelo de moderación constructiva. Especialmente, ese tiempo previo a la aprobación de la Constitución, donde el diálogo y la negociación entre las fuerzas políticas se convirtió en el pan ejemplar de cada día. Como pienso también que el modelo se rompió con la estrategia de acoso brutal del aznarato incipiente al bueno de Demetrio Madrid, presidente de la Junta de Castilla y León entre 1983 y 1986, exculpado de toda imputación después de un despiadado viacrucis. Aquella estrategia nefasta de usurpación del poder a toda costa, sin pararse en barras, la continuó Aznar al plantar sus patas en la mesa camilla de una absurda guerra preventiva y perdura con la incitación permanente a la revuelta contra la democracia: "El que pueda hacer que haga".

Concluye el filósofo citado: "Cada vez se hace más claro que, en tiempos de polarización, puede que no haya nada más revolucionario que confesarse moderado".

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