Opinión
La Laboral
Como muchos gijoneses, cuando era guaje, la piscina de la Laboral fue el increíble escenario que observaba languideciente mis intentos por flotar en el agua de su piscina. Sus abandonadas pistas de tenis se convertían en un lugar de disfrute durante las tardes. La infinidad de lúgubres rincones eran una incitación a la exploración por nuestra parte. Observábamos la edificación e inventábamos historias que dotaban de mística una construcción de la que no sabíamos prácticamente nada.
Con apenas 13 años, a pesar de nuestro insultante desconocimiento de lo que era ese edificio, no entendíamos que estuviera en tal situación de abandono. "Si me tocara la lotería, la compraba", era una coletilla en una generación que tuvimos que descubrir por nuestra cuenta que era eso. Pasaban los años y los coqueteos con La laboral seguían creando un vínculo cada vez más fuerte.
Ajenos a sus primeras décadas de existencia, éramos testigos de una transmutación que en ocasiones parecía improvisada. Nadie tenía claro que hacer con ella, como ese cuadro que tienes en tu casa que no sabes dónde colgar. Y cuanto más descubríamos, más brotaba un cierto sentimiento de vergüenza, por todo lo que implicó su construcción, aderezado por un orgullo por su singularidad y potencial funcional y arquitectónico. Es una sensación muy humana.
Ya en la adultez, La laboral era lugar de visita obligatorio para todas las amistades que venían a pasar unos días a Gijón. Y ese orgullo seguía aumentado, sobre todo cuando algún arquitecto o historiador amigo quedaba perplejo ante una joya de esas características en nuestra ciudad.
En los últimos años somos testigos de un debate público que a un servidor le cuesta entender. La valoración de la Laboral como Patrimonio Mundial es una disertación que me queda lejísimos. Pero si atisbo en los diferentes posicionamientos intereses muy particulares por validar narrativas, en ocasiones sesgadas y parciales, de lo que fue, es y podría ser.
La historia es la que es. Vanagloriarla o pretender dignificarla, es un error en cualquier sociedad moderna. Y probablemente frente a esto nos falta mucho valor y humildad para reconocer que la memoria histórica es un elemento capital para avanzar y entender mejor lo que somos y lo que no debemos volver a ser nunca.
De igual forma, reconocido y asumido lo anterior, La Laboral es una construcción singular y única. Una obra de ingeniería y arquitectura de un valor incalculable. Con una potencialidad de usos y aprendizajes que no podemos desdeñar ni menoscabar.
Seguramente en esa coherencia narrativa podríamos encontrar el equilibrio. Un punto de encuentro que nos ayudaría a no olvidar y aprender. Un activo que seguirá generando una dualidad emocional, pero que debemos hacer nuestro. Ojalá sepamos contarlo a nuestros hijos.
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