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Opinión

Premios y puestas en escena

Con éxito, según lo esperable de una maquinaria eficaz y bien engrasada como la de la Fundación, concluyó una nueva edición de los premios Princesa de Asturias. En lo dinástico el Rey anunció su progresiva retirada para dar todo el protagonismo a la heredera, y ésta marcó terreno propio con un discurso lleno de frescura y nuevas formas. La ceremonia destacó, entre otros aspectos, por la denuncia de las tiranías que conlleva la nueva sociedad digital lanzada por Byung-Chul Hang, la fina ironía del escritor Eduardo Mendoza, la altura política de Mario Draghi, la fina sensibilidad de Graciela Iturbide, o la arrolladora y emocionada presencia de Serena Williams. Todo un lujo para nuestra región.

El escenario lució, con elegante sobriedad, el diseño del gijonés Juan Jareño, en contraste con la abigarrada decoración, plagada de tapices y banderas, de las primeras ediciones en los ochenta del pasado siglo. Otras cuestiones no escapan, y está claro que poca culpa tiene la organización, al provincianismo clariniano que la capital del Principado parece llevar inscrito en su ADN.

Frente la sobriedad decorativa o la altura de premiados y discursos, hay detalles curiosos que, bien mirados, pueden resultar hasta enternecedores. Así, en el concierto de la víspera, los esfuerzos denodados de las señoras fetén de Oviedo y alrededores, con el pelo a punto de nieve según feliz expresión de una amiga mía, por hacerse selfies con algún miembro de la familia real. O los codazos, estos sí figurados y no físicos, de tantas personas por hacerse hueco en el Campoamor o el Reconquista. Sin olvidar el desfile de vanidades que recorre la alfombra azul, sobre la que algunos parecen creerse por un día Barbie o Ken pasarela, según proceda. En las antípodas la escandalera montada, en plaza bien nombrada para ello, por el grupo de republicanos críticos con la institución y la celebración. Su número parece decrecer en la misma medida que aumenta la edad de sus integrantes. Está claro que el futuro se inclina del otro lado: del de los miles de ciudadanos de todas las edades que abarrotan calles y balcones para ver y aclamar a la familia real y a los premiados.

Un síntoma más de que la Fundación está consiguiendo uno de sus principales fines constitutivos, que no es otro que el de estrechar, de forma acorde a los tiempos actuales, los lazos históricos que unen al heredero/a de la Corona con nuestro Principado. En esta misma línea ha sido todo un acierto la institución del premio al pueblo ejemplar, que permite a la princesa conocer de forma directa numerosas localidades de nuestra geografía. Y hacerlo de forma cercana, lejos del envaramiento que provocan algunos de los estilismos que pueblan el Campoamor, más propios de una boda con pretensiones en cualquier capital de provincia.

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