Opinión
Gracias Borja
Hoy escribo una carta de amor. Unas palabras en las que es imposible que quepan el agradecimiento y el orgullo hacia las personas que ponen en sus manos todo el amor que tienen para construir una sociedad mejor, cuando todo apunta a que el derrumbe llega sin preguntar.
En este caso, esta carta de amor tiene nombre, pero podríamos ponerle el de cualquiera de las miles de personas que en Asturies dedican su tiempo a los demás de manera voluntaria; es decir, sin ningún tipo de retribución económica y, en muchos casos, con escaso reconocimiento.
Mi amigo Borja casi nunca sale en las fotos. Es un tipo serio –podría decir que incluso repunantucu–, vecino del Coto, en Xixón. Si le preguntas, te dirá que prefiere no salir en ellas, pero siempre está detrás de esas imágenes que nos recuerdan que la vida, a veces, golpea, y lo hace sin avisar. Los casi 900 kilómetros que separan Xixón de Valencia no fueron ningún impedimento para que, una y otra vez, hiciera ese recorrido, siendo seguramente uno de los voluntarios asturianos que más tiempo pasaron con las manos en el barro. Pero Borja también estuvo hace unos días en los incendios de Monte Areo o en las decenas de búsquedas de personas desaparecidas en la costa asturiana durante los últimos años. Tampoco dudó en pasarse una pandemia entera en el albergue de La Tejerona, en interminables jornadas que nunca sabíamos cómo iban a terminar. Como os decía, igual no le veis en las fotos, pero siempre está.
El amor es así: a veces no grita muy fuerte ni tiene un rostro reconocible, pero bebe de una generosidad tan grande que nunca podrá caber en las escasas líneas de este artículo. Aun así, merece que lo visibilicemos, que lo reconozcamos y que lo pongamos en valor. Y es necesario hoy más que nunca, porque debemos reivindicar esa solidaridad que es la ternura de los pueblos. Hay quienes contribuyen de manera especialmente significativa a que esa ternura sea semilla y se extienda: como agricultores de esperanza, como quienes, con sus manos, cultivan la belleza de la primavera.
A Borja le llamas y está; después, quizás pregunte a dónde vamos. En la época del ruido, de las mentiras premeditadas, de los discursos de odio, de la palabra vacía, donde quieren hacernos creer que no somos más que nosotros mismos, siguen existiendo ejemplos –a veces discretos– que contrastan con todo eso que quieren hacernos creer.
Gracias, Borja, por formar parte de mi vida, pero, sobre todo, gracias por dar lo más valioso que tenemos: el tiempo.
Gracias por seguir construyendo, sacando barro, rastreando mares, sirviendo comidas calientes.
Gracias por la cantidad de veces que dijiste que sí sin preguntar el destino.
Gracias, porque sé que seguirás sembrando primaveras.
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