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Opinión | Comentarios al paso

Elegía

Creyó, llegado a viejo, que había descubierto una poética genuina. Muchas veces se había preguntado que para qué sirven los poetas si no son capaces, mediante el verbo, de elevar a la cresta de la belleza cruda la vida prosaica de héroes y heroínas de este tiempo y lugar: urbanitas, mayormente, esclavizados, acoquinados por corporaciones difusas tenedoras de las tecnologías, los capitales y el poder. Se figuró que el grial poético se escondía, por ejemplo, en una composición elegíaca fingida entre las secuencias de una balada cinematográfica sobre la amistad titulada "Dos hombres y un destino":

Ayer murió mi mejor amigo y… noto que las uñas de las manos están más largas de la cuenta. Sospecho que las de los pies también. Tendré que raparlas todas a no tardar.

Ayer murió mi mejor amigo y… mi mujer me apremia a bajar la bolsa de basura al contenedor antes de que pase el camión.

Ayer murió mi mejor amigo y… no me apeteció abrir el tocho de casi 1.000 páginas que agrupa los cuentos completos de Voltaire en prosa y en verso. Hoy, tampoco.

Ayer, jueves, 18 de septiembre de 2025, murió mi mejor amigo y… recibo un SMS conminatorio del Gobierno del Principado de Asturias donde se me insta a acudir a la cita en urología el lunes siguiente, 22.

Ayer murió mi mejor amigo y…, al cabo de dos jornadas, siento vergüenza de mis propios pensamientos enredados en una maraña de insignificantes cuitas cotidianas. Como si nada.

Ayer murió mi mejor amigo y…, gracias a un chispazo de cordura, alcanzo, por fin, a vislumbrar el mismo destino, empedrado de consultas médicas, dolencias, flaquezas, cenizas, olvidos…

Ayer, de madrugada, murió mi mejor amigo y…, como de costumbre, el sol se avistó a la hora prevista; pero la luna de esa noche se presentó tan menguada que no alcanzaba, ni por asomo, un cuarto de su tamaño reglamentario.

Ayer murió mi mejor amigo y… no nos engañemos: ni él era Ramón Sijé ni yo soy Miguel Hernández; ni él rueda por el suelo ni yo ando por rastrojos, que sus restos me caben en un puño. Y no nos empeñemos: que ya no quedan confidencias espumosas ni esperanzas ajadas que guardar en nuestros respectivos macutos, compañero.

Ayer murió mi mejor amigo y… escribo por no llorar.

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