Opinión
Tradiciones e invasiones
Llegó noviembre con una extraña mezcla de sensaciones en nuestras calles. Algunos días soleados que nos evocan un verano ya perdido, el olor de los puestos de castañas propios de esta época, y la decoración de una Navidad sietemesina adelantada dos meses. Y pasaron las fiestas de todos los santos y los difuntos discretamente, dando cancha a la creciente colonización cultural, yanqui para más señas, del dichoso "jalogüín" o "jagüelín" según ingenioso trastoque surgido en las redes, que algunos quieren disfrazarnos de tradición celta. Quitamos los ornamentos negros, los catafalcos y la secuencia del Dies irae y sus latines, para hacernos los "guays" y que la gente no tuviera miedo, y la gente se fue a celebrar el Halloween.
Por estos lares entregados a calabazas y calaveras, no busquen ni un mísero Tenorio en algún teatro asturiano, así gobiernen allí tirios o troyanos. Aquí si uno no es un gafapasta entusiasta del teatro experimental, o un forofo de los musicales americanos, más colonización cultural del mismo palo, lo lleva claro. Pero en eso también somos territorio aislado, nunca mejor dicho, porque el clásico de Zorrilla se ha representado, con renovado éxito, en gran parte de la geografía nacional: Madrid, Sevilla, Murcia, Logroño, Guadalajara o Zamora, sólo por citar algunas.
Así que el que suscribe, católico y sentimental como el marqués de Bradomín valleinclanesco, se exilió por unos días a la última de las ciudades citadas, para poder cumplir con las costumbres de la época. Zamora es una deliciosa capital de pequeño tamaño, con menos población que Avilés, y gobierno municipal de Izquierda Unida que, lo que son las cosas, mantiene sin complejos esa tradición tan española en su teatro municipal. El mismo que acogerá, en nada, una representación de Nabucco a cargo de la ópera nacional de Moldavia. El Principal llenó sus tres representaciones del Tenorio, más que dignas, a cargo de una compañía local que, con algún que otro refuerzo externo, mantiene anualmente este clásico desde hace casi dos décadas.
La coincidencia con la recién inaugurada exposición de las Edades del Hombre, de imprescindible visita para todos los amantes del arte, fue un atractivo más para visitar esta ciudad castellana que atesora el mejor románico del país. Y allí me encontré con una localidad con dos teatros públicos en su centro urbano, que me hicieron añorar una vez más nuestro perdido Arango que, por otra de nuestras lamentables dejaciones como ciudad, se sume hoy en aromas de comida rápida. Con sus respectivas estaciones de tren y de autobuses como Dios manda, o con un tren de alta velocidad de la buena, no de pegolete, que la conecta en un suspiro con la capital del reino. Vamos que si no fuera por la falta de mar, le daban a uno ganas de empadronarse allí.
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