El Club Gradense de La Habana, las grandes jiras del colectivo "decano, papá de todos los clubes asturianos"
Una crónica periodística de 1914 rescata la historia de una de las fiestas de los emigrantes moscones en la capital del país caribeño
Cuba fue uno de los destinos preferentes de la emigración asturiana de principios del siglo XX. Se crearon en La Habana decenas de entidades que agruparon a quienes se establecieron en la capital del país caribeño. Y los que se marcharon desde Grado no solo no fueron una excepción, sino que fueron pioneros en fundar su colectivo. El Club Gradense, de "recreo y beneficiencia", creado en 1907, es, según se destaca en las crónicas periodísticas de la época, el "decano, el papá de todos los clubes asturianos".
De él se habla en un ejemplar del "Diario de la Marina" de 1914. Se trata de una crónica de hace más de 110 años y en ella se hace referencia a una de las grandes jiras del Club Gradense de La Habana, que la celebró en esas fechas en "La Tropical", establecimiento en el que muchas entidades de este tipo se reunían para fiestas y banquetes. En el relato del periodista que describe el acto se menciona a varios responsables de otros clubes invitados y también aparecen los nombres de los que eran ilustres moscones de la época. Aunque a algunos de ellos se les cita con nombre de pila o apodos, en ese propio hecho está la pista acerca de a quién puede referirse.
La crónica es además un documento que aporta información sobre la historia que vivieron los emigrantes moscones de principios del siglo pasado. Se publicó un lunes de noviembre para hacer referencia a un evento que había tenido lugar el sábado anterior.
"El sábado juró ante Dios y ante los hombres Pepe Rodríguez, el gallardo presidente de este club gentil, decano, papá de todos los clubes asturianos, que son la alegría y el donaire dominicales de La Habana, que la fiesta sería un triunfo colosal. Y 'mialma' que acertó. Eran las nueve cuando las multitudes mosconas y democráticas se echaron a la calle y asaltaron los trenes, los coches, los autos y las guaguas, todos abanderados y enflorecidos. Y eran poco más de las nueve cuando remontaron el Cerro cantando, evocando a Grado, enviándole la bendición sonora de su cariño entrañable. Pasó Pepe Rodríguez en una carroza (...) pasó Pepín del Rellán en otra, pasaron los señores de la Comisión organizadora; iban cantando; en la tercer carroza iban los graves, los entusiastas, los amables moscones que integran su directiva admirable. Y con ellos y tras y delante de ellos pasaron quinientos carruajes. Aquello parecía el cortejo de las quimeras de un alto poeta", comienza el relato en la prensa.
"En el salón cantaba la alegría; la juventud bailaba el doliente danzón; los viejos se metían por el aperitivo; el aspecto de la fiesta inflamaba el corazón de entusiasmo; allí estaba, triunfador y amable, José Rodríguez; allí sonreía su triunfo Pepín del Rellán; allí los señores de la Directiva y los de la Comisión de fiestas, atentos, cariñosos, moscones, amabilísimos; allí saludamos a Celestino Argüelles, el del Palais Royal; a don Andrés Món, el Presidente del Club Tinetense; a don Prudencio Álvarez y a su novia, divina y aristocrática, Lolita Suárez; a Manolo Suárez, el entusiasta hombre de la Beneficencia asturiana; a Sandalio Menéndez Argüelles, el humilde, el bueno, el servicial dependiente que vive, que ama a los periodistas de la bohemia dolorosa y derrotada. Allí estaba medio mundo asturiano (...) También estaba la hermosa Blanquita Mon, una señorita linda, elegante, parisina, que puso llocu a Pepín del Rellán. Se bailaba el danzón. De la rinconada llegó a nuestra nariz un tufillo agradable. Er que salían a servir el banquete los mozos de Vicente Presa, admirable culinario. Y lo sirvió a la campana; hubo aplausos para Presa, y la alegría flotó sobre el entusiasmo de los corazones. Un banquete superiorísimo y una alegría infinita", prosigue la crónica.
A la hora de los postres, llegó al sitio de la ocurrencia don Vicente Fernández Riaño, "el popular presidente de la Panera Asturiana". "Venía con su ayudante de campo, Valentín Alvarez, el joven amable de la sonrisa jesuítica. Y a tal señor, tal honor. A Vicente se le recibió con entusiasmo, con cariño, con aplausos delirantes. Y Vicente se descubrió (...) Otro presidente que fue de la gran Panera: don Pancho García Suárez; la simpatía en pura pasta. Abrazos, aplausos para don Pancho. ¡Viva Llanera! (...) Fue entonces cuando se desataron las doradas y espumosas cataratas de la sidra del Rey, de la sidra divina, de la que ríe, de la que canta, de la que llora, de la que lleva al corazón a la tierra por medio del ensueño; de la sidra de El Gaitero Y por entonces cantaba todo el mundo asturiano (...)", prosigue el relato, que da algunos otros detalles de una celebración posterior en un lugar que denominan "La Cúpula".
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