La Casa Bao, los Corugedo y otras historias del palacete indiano de Grado que levantó Juan de Las Onzas
El edificio, de influencia francesa y con decenas de detalles singulares, fue financiado por un emigrante a Cuba que se enriqueció con el negocio del tabaco

En imágenes, el palacete de Fernández Bao y Corugedo en Grado / P. T.
El palacete de Indalecio Corugedo es una de las más singulares casonas de indianos de Grado. No solo por tratarse de uno de los grandes edificios de la villa, de arquitectura culta e influencia francesa, sino por contar con decenas de exquisitos detalles que tal vez pasan más desapercibidos de lo que debieran. Quien visite la capital moscona para conocer su patrimonio indiano tiene que detenerse un rato ante este inmueble, rodearlo y levantar la vista para no perderse nada de todo lo que puede hallar en la delicadeza de los diseños de los forjados, en los trabajos de grabado en las canterías, en los motivos de la galería, las buhardillas, los ventanales, los pomos o los aldabones de las puertas. Merece la pena pararse para apreciar y disfrutar de una maravilla que por cotidiana para muchos moscones no deja de ser extraordinaria.
La entrada principal está mirando a la plaza Indalecio Corugedo. La puerta cuenta con dos espectaculares aldabones cuyo motivo principal son dos cabezas de león y que en la parte inferior, en la del llamador, tienen labrados rostros humanos. El pomo es una pieza muy llamativa, que reproduce la cara de una figura de rasgos demoniacos y felinos. El edificio está dedicado hoy a viviendas y oficinas, por lo que en ocasiones el portón está abierto y es posible ver desde fuera el interior del gran recibidor, en el que hay un acceso para la zona habitada y otro para el patio al que da la magnífica galería de madera que destaca en la parte trasera del palacete.
Para ver este patio, en el que hay una antigua casa destinada al chófer, hay que rodear el edificio yendo hacia la plaza Regino López. Al pasar por esta plaza, si se alza la vista se aprecian los detalles del tejado afrancesado, con pizarras con forma de escamas, y las buhardillas, decoradas en la parte superior con una cabeza de animal que no es igual en todas ellas. El diseño de los ventanales y los motivos vegetales de la piedra de la fachada merecen asimismo un vistazo, como la galería acristada de forja ubicada en el vértice en el que confluyen dos de las caras exteriores de la casona.
En la parte trasera del palacete, que da a la calle Alonso de Grado, hay para pararse unos minutos y contemplar la imponente galería de madera, así como los motivos que rematan la parte superior. Además de la peculiar casita que fue del chófer, hay una pequeña zona con un pozo y lavadero particular con bomba de fundición, que data de 1900.
¿Y quién hizo esta casona? La respuesta esconde también una historia apasionante hasta donde es posible recuperarla buceando por las investigaciones al respecto de estudiosos y expertos. El proyecto para construirla se encargó a finales de 1890 al afamado y prolífico arquitecto Juan Miguel de la Guardia y la financió el indiano Juan Fernández Bao, aunque hoy le da nombre el que después sería su yerno, Indalecio Corujedo, diputado en Cortes por Asturias a principios del siglo XX.
Fernández Bao era de Pravia, de la localidad de Loro. Un resumen de su vida y de cómo logró fortuna lo hizo Emilio Aréchaga en una conferencia sobre la historia de los grandes tabaqueros en Cuba que pronunció en el Centro Asturiano de Madrid y que posteriomente se publicó como separata de la Revista Asturias en marzo de 2018.
"Con 14 años se marchó caminando a Santander para embarcar a Cuba dedicándose allí al negocio del tabaco. Se retira con sus ahorros en 1871 y ahí le llegó la suerte: al desembarcar en Burdeos coincidiendo con la insurrección de la Comuna le quitan todas sus pertenencias, dándole un justificante por el dinero incautado. Al normalizarse la situación en Francia, el Gobierno francés le reconoce la deuda pero, en lugar de pagarle, le ofrecieron la exclusiva de la importación de tabaco de Cuba durante 5 años. (...) D. Juan compró varias distribuidoras de tabaco y entró como socio en Romeo y Julieta. Reconstruyó la casa de sus padres en Loro, hizo para él un palacete en Grado y, para la boda de su hija Alejandrina con el abogado de Oviedo Indalecio Corugedo les regaló el palacio de La Doriga que lo tenía en venta el vizconde del Cerro por deudas del juego", describió Aréchaga.
Fernández Bao, que también aportó una suma importante para levantar las escuelas de Loro en 1891, era apodado "Juan el de Las Onzas". El porqué del sobrenombre, además de otros muchos datos sobre lazos familiares en las siguientes generaciones, lo describió Alfredo Rodríguez Menéndez, que se remite al estudio al respecto que realizó en febrero y marzo de 2019 con la "inestimable ayuda" de José Luis Inclán Selgas.
"Juan Fernández Bao, 'Juan de Las Onzas', nació en Loro a mediados del siglo XIX en una pequeña casa, que ya no existe, cerca del barrio de La Carril. Marchó con catorce años a Cuba embarcando desde Santander, donde fue andando y regresó al poco ya que hacía calma y el velero no pudo salir. En el segundo intento se estableció en la isla caribeña e hizo una pequeña fortuna con el negocio del tabaco, concretamente con una modesta participación en la tabacalera de origen asturiano Romeo y Julieta.
Se casó y tuvo una hija y un hijo a los cuales trajo de vuelta a España al descubrir una infidelidad de su mujer. El barco recaló primeramente en Burdeos y don Juan se topó con una Francia sumida en cualquiera de sus múltiples revoluciones que la azotaron durante el siglo XIX. De la noche a la mañana le confiscaron todo el dinero que traía y lo despacharon con un vale revolucionario. Tiempo después reclamó su dinero y como al gobierno francés le venía mal devolverlo, le ofrecieron la exclusiva de la importación de tabaco durante cinco años.
Cuando regresó a Loro en 1880 su fortuna ya era inmensa y quedó rebautizado como Don Juan de Las Onzas. Su hijo murió al poco de llegar al pueblo y él decidió construir para su madre en 1881 la hoy conocida como Casa de Llamero con un coste de doce mil pesetas. Se marchó a vivir a Grado con su hija Alejandrina y edificó un precioso palacete en el corazón de la villa moscona.
En 1890 compró al Vizconde del Cerro (arruinado por sus deudas del juego) el palacio de Doriga y mil cien fincas como regalo de boda al casarse su hija con Indalecio Corugedo Fernández, licenciado en Derecho, concejal del Ayuntamiento de Oviedo y perteneciente a una familia oriunda de Grado con una buena posición social y económica.
El estado del palacio era ruinoso y, después de la muerte de Don Juan en 1900, fue su yerno el que lo arregló a la última y con las mejores calidades no escatimando gastos para ello. Como muestra, apuntar que se instaló un inmenso cuarto de baño en la torre medieval que fue traído de la Exposición Universal de París de 1900. Se pidieron dos para España: uno para la Casa Real y otro para el Palacio de Doriga.
El matrimonio de Alejandrina Fernández e Indalecio Corugedo tuvo cuatro hijos; Leopoldo, Carmen, Ángeles e Indalecio Corugedo Fernández. Leopoldo Corugedo fue arquitecto municipal en Pravia, Carmen se casó con Valentín Andrés Álvarez, ilustre escritor de la generación del 27, además de economista y físico de renombre (...)", relata Alfredo Rodríguez Menéndez.
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