Grado vibra con el Seven: 30 años de rugby, comunidad y fiesta en torno a un torneo que ya es leyenda
La cita amateur más emblemática celebra su trigésimo aniversario con récord de participación femenina, ambiente de festival y el sello inconfundible del Pilier Rugby Club

Lucia Rodríguez
En el calendario del rugby español hay una fecha marcada con grandes letras, las del Seven de Grado, que este año celebra su edición número 30 y lo hace como mejor sabe, con deporte, fiesta, comunidad y una dosis justa de barro y camaradería. El torneo, que organiza el Pilier Rugby Club en el complejo deportivo de El Casal, reúne durante hoy, jueves, y mañana, viernes, a 81 equipos, 45 femeninos y 36 masculinos, en lo que es, sin discusión, la gran fiesta del rugby amateur en España.
En sus inicios, allá por los 90, el torneo apenas reunía a una decena de equipos. Hoy, es referente absoluto del rugby popular. “Recuerdo que al principio éramos pocos, pero ha sido una pasada ver y vivir cómo ha ido creciendo con el paso de los años”, cuenta Daniel Krolikowski, uno de los veteranos en el torneo quien, además, tras quince años viniendo, este se estrena como jugador del Pilier. En la misma situación que su compañero se encuentra Nacho Muchaga, que destaca “la gran cantidad de equipos que vienen siempre de fuera, este año sobre todo de Madrid y País Vasco, y muchos equipos universitarios”, y reconoce además el esfuerzo organizativo y la mejora que se ha visto en los últimos torneos. “Siendo sinceros hay que reconocer que se ha trabajado mucho en mejorar el Seven, la gran capacidad organizativa que tiene el club para preparar esto, ya que son muchas cosas a tener en cuenta, es digna de reconocer”, asegura.
Y es que el Pilier Rugby Club, que además cumple 35 años desde su fundación, lo tuvo claro desde el principio: el rugby no debía ser solo un deporte, sino un espacio abierto para compartir, crecer y disfrutar. “Lo importante es que la gente se divierta y que estén contentos en el club. Siempre ha sido eso”, asegura Daniel Rojas, más conocido como "el Pibe", entrenador del equipo senior y un histórico de la entidad.
De esto dan buena fe los participantes, ya que quien viene a jugar al Seven de Grado, suele repetir. Y quien llega como espectador, también. Hay algo contagioso en el ambiente, algo que recuerda a un festival con balón ovalado, donde lo deportivo y lo social se dan la mano con naturalidad. “Yo no descarto que pronto dejemos de venir solo a ver, y pasemos a jugar”, dice entre risas María Fernández, espectadora fiel junto a su amiga Laura Lázaro, que llevan viviendo el torneo como público desde hace cuatro años. “Esto engancha. Es la forma perfecta de pasarlo bien y descubrir un deporte que cada vez tiene más tirón”, asegura Lázaro.
Y es verdad: el rugby gana presencia en España, especialmente en su versión femenina. “El rugby femenino ahora tiene más representación, y este tipo de torneos ayudan un montón a darnos visibilidad”, explica Blanca García, del Vellakas Rugby Club, que repite edición por tercera vez. Su compañera Sarah Mergola, en su primer año, confirma lo que muchos sospechaban. “Pensé que exageraban cuando me hablaban del Seven. Pero no. Es incluso mejor”.

El Seven de Grado, en imágenes / C. V.
A nivel organizativo, el torneo ha evolucionado sin perder su esencia. “Se nota mucho que haya un tope de inscripciones, lo hace más llevadero y bien organizado”, apunta García. Y no es poco: el Pilier no solo gestiona los partidos, sino también las comidas y cenas de todos los equipos para ambos días, inscripciones, organización de los partidos, tienda de merchandising... Además, las noches están animadas por orquestas gracias a la Hermandad de Santiago y Santa Ana, que apoya para que la fiesta continúe cuando deja de sonar el silbato.
Y es que venir al Seven no es solo jugar. Es formar parte de una comunidad efímera pero intensa, que se reúne cada abril en Grado para rendir culto a un deporte que nunca fue de masas, pero siempre fue de corazones grandes. “Desde que nos subimos al bus en Madrid ya vamos mentalizados. Esto es una experiencia vital. Es acabar el Seven de Grado, y ya estamos esperando a que llegue el año siguiente para poder venir. Y chapó también por la gente del pueblo, porque hay que ver lo que nos aguantan”, asegura Iker Carrasco, del equipo de Derecho de la Complutense, que repite junto a sus compañeros por tercer año consecutivo. “Del grupo algunos es la primera vez, otros ya vamos para tres. La idea es que los nuevos sigan el legado”, indica.
Su compañero Diego Auri añade que “no vienes pensando en ganar a toda costa, sino a pasarlo bien, disfrutar del rugby, y eso es lo más bonito”. Lo mismo piensa Álvaro de Pablo, del equipo Topetes, una fusión vasco-madrileña que repite desde 2019 en el torneo. “No hay nada en España parecido a esto. Aquí el rugby está en su mejor versión: dentro del campo, dando lo mejor; fuera, disfrutando con todo el mundo”.
Y Grado, como siempre, responde con los brazos abiertos. Porque este torneo ha puesto a la villa moscona en el "mapa rugbier", y lo ha hecho desde el respeto, el buen humor y una pasión compartida. Treinta años no se cumplen todos los días, y si algo tiene claro el Seven de Grado es que no hay mejor forma de celebrarlo que como lo ha hecho siempre: a golpe de placaje, carcajada y comunidad.
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