Verde y Azul

Cultivar con menos agua y sin tierra, retos para una nueva agricultura

El sector, estratégico desde el punto de vista económico y social, genera el 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero. Los científicos trabajan para lograr cultivos resistentes a la sequía y a la salinidad ante los cambios que ya se producen en el clima

Agroalimentación. La disminución de la disponibilidad de agua debido al avance de la sequía obligan a un replanteamiento integral de la agricultura española, un sector que genera riqueza y empleo, pero que al mismo tiempo es el responsable del 10% de la emisiones totales de gases de efecto invernadero en España. El futuro pasa por reducir esta huella e incorporar técnicas de cultivo sostenibles.
La agricultura es actualmente la responsable del 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero de la UE y de España después de haber crecido hasta un 14% en los últimos años, según los datos que maneja la Agencia Europea del Medio Ambiente, aunque la disminución de la ganadería y una aplicación más eficiente de los fertilizantes, junto a la mejora de la técnicas de cultivo, la hacen cada día un poco más sostenible. Se trata de un sector clave para la economía, pues ¿qué haríamos sin los productos hortofrutícolas?

La agricultura libera importantes cantidades de metano y óxido nitroso, dos potentes gases de efecto invernadero. El metano es producido por el ganado durante la digestión, debido a la fermentación entérica. También puede ser liberado por el estiércol y los residuos orgánicos almacenados en los vertederos. Las emisiones de óxido nitroso, por su parte, son un producto indirecto de los fertilizantes nitrogenados orgánicos y minerales que se emplean en el campo.

Aunque puede parecer bastante difícil seguir reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero en la agricultura, lo cierto es que todavía hay margen para recortar las emisiones vinculadas a la producción alimentaria en la UE.

La más que probable reducción de las lluvias en el Mediterráneo por el cambio climático y la incertidumbre que marca el futuro de los trasvases de agua en España han llevado, por ejemplo, a la Generalitat Valenciana a redoblar los esfuerzos para encontrar técnicas para disminuir el consumo de agua en la agricultura y el sector hortofrutícola, sustento de miles de familias.

La emergencia climática se traduce en una reducción del 30% en la disponibilidad de agua en los próximos 50 años

El Instituto Valenciano de Investigaciones Agrias (IVIA) se ha convertido en los últimos años en una especie de ‘Silicon Valley agrícola’ en el que un equipo de científicos trabaja, al igual que en la estación agrícola de Elche, para lograr el milagro de que los agricultores puedan mantener sus cosechas en cantidad y calidad, reduciendo el consumo de agua. Se trabaja de forma experimental con la viña, la granada, las alcachofas, el caqui y los cítricos.

La crisis climática aprieta. Se calcula que en los próximos 50 años las lluvias van a reducir en un 30% la disponibilidad del agua de los trasvases y el agua desalada tiene precios prohibitivos. Los principales efectos que se esperan son la reducción de la disponibilidad de agua (aumento de los periodos de sequía) y el aumento de la temperatura. Como consecuencia de ello, se espera un incremento de la salinización de los suelos que afectará notablemente a los cultivos. Para prevenir las consecuencias, desde la Generalitat trabaja en dos líneas: el denominado ‘riego deficitario’, por una parte, y por otra, la mejora de las técnicas para luchar contra la salinidad.

Salinización y sequía

Enrique Moltó, director del IVIA, explica que las líneas de trabajo del instituto se centran en cuatro áreas. La reducción del consumo de agua con ensayos de cultivos y la optimización del riego frente a la salinización de los suelos, la producción de patrones y variedades resistentes a la sequía, como es el caso de la mandarina, y a la salinidad (pimiento y caqui). Asimismo, se potencia la investigación sobre los genes que determinan la resistencia a la sequía y a la salinidad y, por último, la producción de variedades de fruta (melocotones y nectarinas), que requieren menos horas de frío, pues otra de los efectos del cambio climático es el aumento de las temperaturas. «Los árboles de hoja caduca necesitan, por ejemplo, acumular durante el invierno un número mínimo de horas de frío para la ruptura del reposo y comenzar la salida del letargo. Cada especie necesita acumular esa cantidad mínima», explica Moltó.

En cuanto al riego deficitario, consiste en acostumbrar a la planta a recibir agua cuando realmente lo necesita, ya que «hay periodos del año en que no hace falta o el agua necesaria es mínima», subraya Moltó. Labor similar se desarrolla para lograr cultivos resistentes a la salinización del suelo, un fenómeno directamente relacionado con el aumento de las temperaturas y la disminución de las lluvias.

Hidroponía: cultivar sin tierra

Otra de la técnicas que cobra valor es el cultivo casi sin tierra. El sistema hidropónico consiste en cultivar sobre sustratos (arena, grava o incluso elementos artificiales) en vez de tierra. Las plantas absorben los minerales por medio de iones disueltos en el agua y minerales que se encuentran dentro de ellas. En condiciones naturales, el suelo actúa como reserva de nutrientes minerales, pero en sí no es esencial para que la planta crezca.

Cuando los nutrientes minerales de la tierra se disuelven en agua, las raíces de la planta son capaces de absorberlos. Cuando se introducen dentro del suministro de agua de la planta ya no se requiere el suelo para que la planta prospere. Esta práctica está alcanzando un gran auge en los países donde las condiciones para la agricultura resultan adversas. Combinando la hidroponía con un buen uso del invernadero se llegan a obtener rendimientos superiores a los que se obtienen en cultivos a cielo abierto.

La agricultura hidropónica, por tanto, es un método utilizado para cultivar plantas usando disoluciones minerales en vez de suelo agrícola. Las raíces reciben una solución nutritiva y equilibrada disuelta en agua con todos los elementos químicos esenciales para el desarrollo de la planta, que pueden crecer en una solución mineral únicamente, o bien en un medio inerte, como arena lavada, grava o perlita. Esta técnica de cultivo sin suelo supera las limitaciones que representa el suelo en la agricultura convencional. Mediante el uso de sustratos, todo material sólido distinto a la tierra se usa para la siembra en hidroponía como soporte para la planta.

El déficit hídrico que padece gran parte del territorio en España y la competencia creciente por el agua obligan asimismo a la racionalización del caudal para el riego, modernizando las estructuras e incorporando sistemas de riego más eficientes. En la Comunidad Valenciana se está llevando a cabo, en este sentido, una experiencia piloto de tele-monitorización de la humedad del suelo. En Valencia se ha puesto en marcha un proyecto para la mejora de la gestión de una superficie de aproximadamente 2.000 hectáreas con un preexistente riego localizado.

Otra de las grandes apuestas de futuro es la agricultura ecológica. Los cuatro países de la UE con mayor superficie total dedicada a agricultura ecológica son España (16,9%), Italia (15,1%) Francia (12,9%) y Alemania (9,5%). De forma global, estos cuatro países suman 54,4% del total de la superficie europea. La agricultura ecológica se basa en una serie de objetivos y principios, así como en unas prácticas comunes diseñadas para minimizar el impacto humano en el medio ambiente, mientras se asegura que el sistema agrícola funcione de la forma más natural posible. Entre sus líneas maestras destacan el no utilizar organismos genéticamente modificados, evitar los pesticidas y fertilizantes, químicos o sintéticos. Además, se impone la rotación de cultivos para el uso eficiente de los recursos.

Todo combinado trata de asegurar una agricultura apta frente al cambio climático.

FRESAS EN ENERO, UVA DE MESA EN JULIO Y ALBARICOQUES EN MAYO

Fresas en enero, uva de mesa en julio o albaricoques en mayo. De unos años a esta parte, el consumidor de frutas y verduras en cualquier municipio de España puede encontrar, en cualquier mes del año, productos imposibles en la cesta de la compra de su madre y, mucho menos, en la de su abuela. Los tomates se comían en verano, la uva a partir de septiembre y la fruta de hueso también en los meses de calor. La globalización de los mercados, la crisis climática y la necesidad de responder a los mercados abaratando costes (no es lo mismo pagar la uva de Chile que la de Novelda) han hecho que los agricultores cambien de hábitos y, gracias a la denominada agricultura de ciclo combinado, se pueda comer de todo y en cualquier día del año. La prueba: en Albacete, otrora tierra de fríos y heladas intensas en invierno, se están plantando y consiguiendo buenas cosechas de alcachofa. Con todo, los expertos recomiendan comer la fruta cuando sea su temporada.

Francisco José Benito

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