Médicos y enfermeros con poca experiencia adquieren estos días una mayor responsabilidad. “Somos más que nunca un equipo, sin importar la especialidad”, aseguran.

A LO LARGO del día, Fani se lava las manos más de cincuenta veces. Cada noche, tras aplicarse crema reparadora, las cubre con un calcetín para que se le hidrate la piel mientras duerme. Tener las manos desgastadas es algo a lo que la joven ya está habituada, pero estos días la rutina se ha intensificado aún más. Estefanía Serrano es enfermera en la planta de medicina interna y geriatría del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona. Hace tres semanas su planta se llenó de pacientes afectados por el coronavirus. “Un día tuvimos que trasladar a nuestros pacientes al edificio de traumatología y a la mañana siguiente llenamos la planta de enfermos por covid-19”, asegura la chica.

Solo tiene 24 años, pero Fani ya es la más veterana de su equipo. Algunos de los compañeros que son mayores que ella se han contagiado; otros han tenido que coger la baja porque sufren patologías. “El hecho de que todos seamos jóvenes es positivo. Todos vamos a una, tenemos más energía y una manera de trabajar distinta a la de los mayores, que tienen otras responsabilidades.” Además, ahora la enfermera asegura tener más voz que antes. “A nuestra planta han llegado médicos cuya especialidad no es la respiratoria. Nos preguntan más de lo habitual. Es algo positivo porque estamos siendo un equipo más que nunca”.

Más que cansancio físico, Fani dice notar un desgaste emocional constante. “Hace poco vino una chica a despedirse de su padre y me pidió que le sujetara la mano para que, al menos, tuviera una muerte digna. Esa tarde nos turnamos para que el paciente no muriera solo. Pienso en mis abuelos y me gustaría que alguien hiciera lo mismo”, sentencia. Fani explica que en condiciones normales, acabaría su guardia y se desfogaría con sus compañeras compartiendo unas cervezas y patatas bravas. Ahora, con el distanciamiento social, llega a casa y vive encerrada en su dormitorio para no poner en riesgo a sus padres. “Nos aferramos a los pequeños detalles: si hay paella para comer o si se cobra extra por ser domingo”. A veces, al salir, Fani escucha a la gente aplaudir en sus balcones. “Esto me reconforta, pero me gustaría que las mismas personas que aplauden ahora nos apoyen cuando vuelvan a recortar en sanidad”.

Del MIR a la pandemia

Este año, a Carlos le ha tocado pasar el día de su cumpleaños solo. Confinado en casa, como tantos otros ciudadanos que nacieron en marzo. Dio positivo en el test del covid-19 justo después de que el Gobierno decretara el estado de alarma. Se contagió en el hospital, donde trabaja desde hace casi un año. Carlos Toledano es residente de primer año en neurocirugía, en el Hospital Mútua Terrassa. Hace poco más de un año se preparaba para realizar el examen MIR (Médico Interno Residente) y optar a una plaza en neurocirugía. Ahora, está combatiendo una pandemia mundial. Después de estar tres semanas en cuarentena, el joven ha vuelto a su puesto de trabajo.

No han pasado ni 12 meses desde que Carlos entró a trabajar en el hospital. “No me ha dado tiempo a tener una rutina en mi servicio y, de repente, ha llegado esto. Lo he normalizado, como si fuera algo habitual, aunque sé que es extraordinario”, asegura. De un día para otro, la planta donde normalmente trabaja desapareció y se llenó de pacientes con problemas respiratorios, es decir, con posible coronavirus. “En mi tiempo libre solía estudiar conceptos sobre mi especialidad y ahora no hago más que leer artículos relacionados con el covid-19. Que un neurocirujano esté repasando parámetros respiratorios es poco común, pero ahora me estoy formando en ello porque ese es mi día a día y quiero estar preparado”, destaca Toledano.

Carlos tiene 26 años y su juventud hace que, a veces, no se le tome tan seriamente como a él le gustaría. “Ahora es todo lo contrario”, señala. “Llegas totalmente cubierto con el EPI (equipo de protección individual) y nadie te va a juzgar por tu edad”. De hecho, reconoce que entre los trabajadores sanitarios hay más compañerismo y solidaridad que nunca. “Todos nos ayudamos. Todo el mundo está en urgencias y todo el mundo le echa un cable al otro”. Él aún es joven, pero a Carlos le preocupa que la enfermedad pueda llegar a afectar a su familia. “Mis compañeros adjuntos ven pacientes de su edad y eso les suele chocar más. A mí me hace pensar en mis padres y, sobre todo, en mi abuela. Si antes la llamaba cada dos meses, ahora intento hacerlo dos veces al día”, confiesa.

Más que cansancio físico, lo que noto es un desgaste emocional constante por ver a personas morir solas