ParísEl presidente francés, Nicolas Sarkozy, sigue cosechando malos resultados en los sondeos y el último de ellos le sitúa a la cola de popularidad de todos los presidentes de la V República francesa, cuyo fundador, el general Charles de Gaulle, es el más valorado por los franceses, con un 88%.Cuando apenas ha cumplido un año en el Elíseo, Sarkozy logra tan sólo una puntuación del 40% en un ranking en el que es superado por el socialista François Miterrand, que se coloca en el segundo puesto, con un 74%; por George Pompidou, tercero, con un 69%; por Jacques Chirac, cuarto, con un 66%, y por Valéry Giscard d'Estaing, el quinto en valoración, con el 56%. Además, para más de la mitad de los franceses, el 53%, Sarkozy ha representado «mal» a Francia, según la encuesta de CSA publicada ayer por el diario «Le Parisien».El diario subraya que un candidato que logró más del 53% de los votos en las presidenciales de 2007 ha dilapidado en apenas 12 meses todo su capital político, a fuerza de exhibir en demasía su vida privada, personalizar en exceso el ejercicio del poder y, sobre todo, mostrar cierto desorden en las reformas. Todo ello con el telón de fondo del poder adquisitivo de los franceses, que no acaba de despegar.Para hacer frente a este descrédito, Sarkozy concedió ayer a cinco periodista una entrevista televisada de 90 minutos en la que produjo titulares fuertes uno tras otro. Así, arremetió de nuevo contra la jornada laboral de 35 horas y atribuyó en parte la falta de poder adquisitivo de los franceses al hecho de que «el problema en Francia es que no se trabaja suficiente».«Las 35 horas han costado 20.000 millones de euros para trabajar menos y crear menos riqueza», criticó durante la entrevista, en la que también confirmó su oposición a una regularización masiva de trabajadores inmigrantes ilegales para solucionar una huelga de «sin papeles» que vive estos días Francia. «No se convierte uno en francés por trabajar en la cocina de un restaurante, por simpático que uno sea», afirmó. Sarkozy también advirtió de que como «jefe de Estado» no debe hablar con el movimiento islámico palestino Hamas y de que tampoco hablará con el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad.