París

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, que hoy cumple el primer aniversario de su elección a El Elíseo, puede felicitarse por algunos logros de política exterior, como la adopción del tratado europeo «simplificado» que propugnaba (Tratado de Lisboa, que ha sido la alternativa a la nonata Constitución de la UE) o la mejora de las relaciones con EE UU, pero, al margen de eso, su voluntarismo hiperactivo ha tropezado con la dureza de la realidad tanto en el interior como en el exterior de Francia.

El resultado es que Sarkozy, que tras su victoria del 6 de mayo de 2007 tomó posesión el 16 de mayo, está siendo golpeado por una oleada de desilusión de los franceses generada por su forma de desempeñar el cargo y por la falta de resultados de sus reformas.

Los índices de impopularidad del jefe del Estado varían, desde un 72 por ciento de descontentos en una encuesta de Ifop, hasta un 66 por ciento en Opinion Way, mientras el 62 por ciento, según CSA, teme una «grave crisis» de aquí al final de su mandato, en 2012, y un 55 por ciento no quiere que aspire entonces a un segundo mandato. Esto le sitúa como el presidente más impopular de la V República, fundada en 1958 por el general De Gaulle.

Se trata de una caída brutal para quien fue elegido hace un año con más del 53 por ciento de los votos frente a la candidata socialista, Ségolène Royal, y que gozó de un «estado de gracia» excepcional durante seis meses. Este vuelco inexorable se viene relacionando con su incapacidad para mejorar el nivel de vida de los franceses y con la ostentación que ha hecho de su vida privada.

«Que hay decepciones, expectativas, problemas, dificultades, no sólo lo sé, sino que me había preparado para ello», afirmó Sarkozy en una larga entrevista televisada el 24 abril, en la que fracasó en su intento de recobrar la confianza de los franceses.

Sarkozy sabe que se ha equivocado y está intentado poner remedio. Ha pasado de ser el «hiperpresidente» omnipresente que lo comentaba todo, se ocupaba de todo y copaba las portadas con su vida amorosa, a tener un tono más sobrio, ser más discreto, hablar menos y tratar de proyectar una imagen «más presidencial», como la que los franceses esperan de sus jefes de Estado. Ese cambio de estilo se acentuó después de la sonada derrota de sus filas conservadoras en las elecciones locales de marzo.

«Lo que le fue fatal» a Sarkozy, según un analista, fue «el desfase entre su sobreexposición a los medios y las dificultades de los franceses en ausencia de resultados económicos». Algunos asesores del presidente confían, sin embargo, en el «efecto Bruni», ya que atribuyen a la ex modelo un influjo en la nueva sobriedad del presidente. También esperan que las reformas lanzadas -todo un récord: 55 en apenas un año- empiecen a dar fruto, pese a la pésima coyuntura económica global.