¡Quién iba a decirle al en otro tiempo formidable general Noriega que por esas extrañas revueltas que dan la historia y la vida llegaría a emparejarse con un personaje absolutamente diferente, tanto por su obra como por su modo de vida, incluso por su estatura, como Roman Polanski! Y, sin embargo, ahí los tenemos reunidos en la desdicha, como demostración de que la mano de la justicia norteamericana llega lejos y acogota. El destino de los gobernantes caídos en desgracia no suele ser halagüeño. Menos, si se trata de un dictador bananero. Por lo general, a este caracterizado tipo de gobernante le quedan dos opciones: si la revolución que lo derroca lo agarra, como se dice por allá, con tiempo para ir preparando las cosas y con las maletas hechas, lo normal es que se exilie a París, que todavía a estas alturas del siglo XXI continúa siendo ciudad «con mucha caída» y con mucho prestigio en Hispanoamérica, y si las cosas vienen mal dadas de improviso, no sería raro que acabara ante un pelotón de fusilamiento o intentando otro «golpe» que lo reponga en la poltrona. Otros gobernantes caídos, no los más numerosos, todo hay que decirlo, dan con sus huesos en las cárceles, y para ello no es indispensable que hayan sido «tiranosaurios» distinguidos: también algunos gobernantes democráticos como Fujimori o Carlos Andrés Pérez supieron a qué conduce meter la mano de manera demasiado descarada en el cajón del dinero. A Manuel Noriega lo metieron en la cárcel, pero no por su dictadura, sino por blanqueo de dinero. Y allí cumplió una condena de diecisiete años. Desde el martes pasado se encuentra en Francia. Ahora, el Gobierno de Panamá se propone pedir su extradición para que cumpla tres condenas de prisión que tiene pendientes por delitos contra los derechos humanos. De manera que al tiempo que Panamá reclama a Noriega para que cumpla sus condenas pendientes los Estados Unidos reclaman a Polanski para saldar viejas cuentas. Ahí se agota el paralelismo entre ambos personajes. Y en que para ninguno de los dos terminó su pesadilla.

Noriega fue un representante de un populismo nacionalista y seudorrevolucionario, puesto en circulación por Omar Torrijos, que gozó de la aprobación de la progresía irredenta por ser antinorteamericano. Hugo Chávez pertenece a la misma cofradía nefasta. Mas a Noriega se le fue la mano y se olvidó demasiado pronto del discurso demagógico y reivindicatorio de Torrijos. Al final, de lo que se trataba era de hacer negocio, y Panamá fue para él un excelente negocio hasta que se acabó y de la poltrona pasó a la cárcel por empeño especial de la justicia norteamericana. Tuvo, pues, peor caída que la de Napoleón en Santa Elena. Tampoco era Napoleón. Esperamos que ahora, en Panamá, se tomen con tanta seriedad los delitos contra los derechos humanos como en los Estados Unidos se tomaron el blanqueo del dinero. No lo olvidemos: Noriega y Capone cayeron por el Fisco.