Los británicos deciden en las elecciones de hoy entre un Gobierno fuerte presidido por David Cameron, como el que anhelan los mercados financieros, y la posibilidad de abrir al menos las puertas a un sistema más representativo.

Los comicios generales de este jueves, cuyo resultado no se conocerá hasta la madrugada del viernes, son, según se ha repetido en los últimos días, las más reñidas de la reciente historia del país, y hasta el último momento nadie se atreve a hacer predicciones.

Los últimos sondeos apuntan a una ventaja de ocho puntos de los conservadores y un práctico empate entre los laboristas del primer ministro, Gordon Brown, y los liberaldemócratas de Nick Clegg, el político revelación de la campaña.

Pero el evidente cansancio de muchos con los trece años de poder laborista no parece haberse traducido en entusiasmo general por la eventual vuelta de los "tories".

El teórico beneficiario de ese descontento general, a juzgar por los sondeos, desde el primero de los tres debates por televisión de los líderes de los principales partidos, es precisamente Clegg, un líder poco conocido antes, pero cuya irrupción en el panorama político ha animado una campaña más bien mortecina.

Queda por ver si ese joven y telegénico político, casado con española y el único realmente europeísta de todos los líderes, ha logrado convencer a un suficiente número de electores como para convertirse en el personaje que decida el signo del próximo gobierno, ofreciendo su apoyo a uno u otro de los grandes partidos.

En principio lo tiene muy difícil, entre otras cosas por la injusticia del actual sistema electoral, que prima exageradamente a los dos principales partidos - más incluso en este momento a los laboristas que a los "tories".

Es algo que el propio Clegg se ha propuesto combatir para hacer el sistema más representativo, pero a lo que se oponen los "tories" y que sólo han aceptado con muchos matices y casi a regañadientes los liberaldemócratas en el último momento.

La City, que en la mayor parte de los trece años últimos años supo manejarse bien con los laboristas, quiere ahora claramente un Gobierno fuerte de color conservador y así lo ha demostrado con las importantes donaciones de banqueros y empresarios al partido de Cameron.

El actual sistema mayoritario por el cual el político que más votos obtiene en una circunscripción, aunque sea por la diferencia de uno solo, se lo lleva todo, ha contribuido a la estabilidad de este país durante los últimos tiempos, y ahora queda por saber si los británicos se arriesgarán a poner fin a esa tradición.

Motivos más que suficientes podrían tener los votantes, habida cuenta del escándalo de los gastos de muchos diputados tanto conservadores como laboristas de la anterior legislatura, que utilizaron muchas veces el dinero público para sus caprichos personales, para descrédito de la clase política en general.

O, en el caso de los laboristas, por la decisión del ex primer ministro Tony Blair de embarcar al país es la invasión ilegal de Irak sin tener en cuenta la oposición de la mayoría del país, o el hecho de haber tolerado que floreciera, a la sombra de la liberalización bancaria, un capitalismo de casino.

En la última parte de la campaña, en la que ningún líder ha querido decirles a los británicos los sacrificios que les exigirán, gane quien gane las próximas elecciones, los tories y la prensa más derechista ha intentado meter el miedo en el cuerpo de los votantes advirtiéndoles de los peligros de inestabilidad de un Parlamento sin clara mayoría (conservadora, por supuesto).

La incógnita que sólo se resolverá algunas horas después de que cierren los colegios electorales a las diez de esta noche es si los británicos van a seguir queriendo más de lo mismo, aunque sea esta vez del signo opuesto, o van a darles finalmente a los liberaldemócratas de Clegg la oportunidad que vienen reclamando. EFE