El primer ministro británico, Gordon Brown, se ha ganado el apelativo del "ave Fénix" tras capear en los últimos años la peor crisis económica en 60 años y sobrevivir a tres "golpes de Estado" dentro del laborismo, pero su incapacidad para conectar con la gente puede llevar a su partido al desastre.

Con todas las encuestas en contra, Brown buscará en las urnas una improbable tabla de salvación a su corta carrera como jefe del Gobierno y líder del Partido Laborista, cargos que "heredó" en 2007 de Tony Blair, y que intentará legitimar el 6 de mayo.

En los últimos meses, este escocés de 59 años, hijo de un pastor de la Iglesia de Escocia, casado y con dos hijos, ha sido comparado con un boxeador noqueado que se resiste a arrojar la toalla y ha sido caricaturizado como un hombre viejo y cansado, que no puede con el peso de todos los puñales que lleva clavados en la espalda.

Todos los símiles valen para describir los casi tres años que Brown lleva instalado en el número 10 de Downing Street, después de que en junio de 2007 el dimitido Tony Blair le cediera el relevo para dirigir el país y diera paso a uno de los mandatos más tormentosos en la memoria política reciente de Londres.

Después de 10 años como ministro de Economía, como tecnócrata a la sombra del carismático Blair -con quien había pactado que se turnarían en el poder cuando los laboristas volvieran al poder después de casi dos décadas de Gobiernos conservadores-, Brown logró su objetivo de ser primer ministro el 27 de junio de 2007.

Sus inicios en Downing Street fueron una luna de miel, en la que disfrutó de una elevada popularidad, por lo que posiblemente Brown se arrepienta ahora de no haber convocado elecciones en noviembre de ese año, como consideró, porque habría logrado una fácil victoria.

Eran los tiempos en los que nadie era capaz de prever la recesión económica que se iba a desatar unos meses después y que también pilló por sorpresa al experto Brown, que no obstante logró convertir la crisis en una oportunidad para reivindicarse como eficaz gestor.

En los escombros de la City y de la economía nacional, que Brown salvó aplicando un fuerte intervencionismo estatal con la inyección en el sistema de decenas de miles de millones de libras de los contribuyentes, Brown encontró motivos para reivindicar su labor.

Entre finales de 2008 y mediados de 2009 cultivó la imagen de estadista que lideró a la comunidad internacional a evitar una crisis como la de 1929 y aprovechó la cumbre del G-20 que diseño la nueva arquitectura financiera internacional para "venderse" en casa.

Casi lo logró, hasta el punto de que después de ser considerado un cadáver político, con encuestas sobre intención de voto que le situaban casi 20 puntos por detrás del líder conservador, David Cameron, Brown resurgió para volver a ser una alternativa real, no sólo frente a los votantes sino dentro de su propio partido.

Su liderazgo laborista ha sido continuamente cuestionado y en los momentos de mayor dificultad, como en las elecciones europeas de junio de 2009, en las que el partido cosechó los peores resultados en décadas, tuvo que luchar también con sus correligionarios.

Cinco altos cargos del Gobierno dimitieron en plena crisis política después de tratar de forzar una sucesión al frente del Partido Laborista que permitiera a esta fuerza política tener opciones de ganar las elecciones del próximo día 6.

Ni siquiera el ministro de Exteriores, David Miliband, que lanzó su carrera política al amparo del Gobierno de Brown, tuvo el gesto de defender sin ambages el liderazgo del primer ministro, en una indicación de que son muchos los "barones" de laborismo que están esperando su oportunidad tras la previsible debacle electoral.

Y es que, si se confirman las encuestas que sitúan al laborismo como tercera fuerza más votada con menos del 30 por ciento de los sufragios, Brown será el máximo responsable de que el laborismo coseche los peores resultados desde que Margaret Thatcher barrió a Michael Foot en las elecciones generales de 1983.

Lo que nadie pude negarle a Brown es lo que el define como "el espíritu de un corredor de fondo", la convicción de que aún puede convencer a los británicos de que él es la persona indicada para dar al Reino Unido un nuevo impulso político y económico.

Es lo que ha intentado en los tres debates televisados que han definido esta campaña, en la que por primera vez en la historia electoral británica un primer ministro accedía a este formato.

Brown demostró así que está realmente convencido de sus posibilidades, pero los tres debates no han hecho más que ahondar en la sensación de que su imagen y su mensaje están agotados.

"Ser primer ministro no es un concurso de popularidad", trató de defenderse Brown por su falta de presencia ante las cámaras frente a Cameron y al líder liberal demócrata, Nick Clegg, dos dirigentes jóvenes y con carisma, que pueden enterrar la carrera de Brown y la pujanza del laborismo para una buena temporada.