Una vez más las encuestas han acertado. El fiasco de las elecciones de abril de 1992, cuando los titulares de prensa destacaban la victoria de Kinnock mientras que el escrutinio confirmaba de madrugada la mayoría absoluta de los conservadores, es una excepción en la historia de la demoscopia electoral. El jueves pasado ocurrió en el Reino Unido exactamente lo que anunciaban los sondeos publicados el día anterior. El Partido Conservador consiguió una victoria limitada, que le obliga a pactar para formar Gobierno. Los laboristas han perdido muchos votos y casi un centenar de escaños. Es difícil, aunque no imposible, que puedan seguir en el Gobierno. Los liberales, tras adelantar a los laboristas durante la carrera electoral después de los debates en televisión, han tenido un resultado similar al de 2005. Pero su peso político, en ausencia de mayoría absoluta, ha aumentado.

La cuestión ahora es formar Gobierno. Los británicos apenas tienen experiencia de gobiernos minoritarios o de coalición. Casi siempre han estado gobernados por ejecutivos monocolor y estables, apoyados por una mayoría parlamentaria autosuficiente. La última vez que las urnas rechazaron la mayoría absoluta fue en febrero de 1974. En aquella ocasión sucedió, además, que los laboristas lograron más escaños con menos votos que los conservadores. La confusión creada llevó al primer ministro saliente, Edward Heath, a preguntarse quién gobernaba Gran Bretaña. Algo que hoy se están planteando otra vez todos los británicos. La situación entonces fue insoportable y al cabo de unos meses unas nuevas elecciones otorgaron la mayoría absoluta a los laboristas.

La situación presente es más incierta. No se descarta una repetición electoral en un plazo breve. Incluso podría ser el desenlace provocado tanto por conservadores como por liberales, queriendo así aprovecharse de la debilidad del Partido Laborista. Los primeros buscarían la mayoría absoluta para gobernar con comodidad, y los segundos, desplazar a los laboristas en los bancos de la oposición. Pero esas elecciones sólo las podrán convocar los conservadores si antes forman Gobierno. El líder liberal les ha brindado la oportunidad de intentarlo. Pero el acuerdo de conservadores y liberales no parece fácil. Sus propuestas en asuntos centrales son muy diferentes. Y la discrepancia sobre la reforma electoral puede ser insalvable. Los liberales reclaman un sistema proporcional. El momento es muy propicio para conseguirlo, pues sin su apoyo será casi imposible formar Gobierno, y los laboristas, en actitud de espera, se muestran dispuestos a hacerles esa concesión, aunque matizada. Por el contrario, un sector del Partido Conservador ya ha manifestado su oposición incondicional a la reforma.

Difícil papeleta para los liberales, castigados duramente por el sistema electoral británico, de principio mayoritario y circunscripciones uninominales, que deben decidir quién gobierna. Conservadores y laboristas pretenden su compañía. Pueden optar por formar un Gobierno de coalición con el partido ganador o prestarle apoyo parlamentario, a pesar de la distancia ideológica que hay entre los dos y aunque ello implique renunciar a su principal aspiración; o pueden conceder prioridad absoluta a la reforma electoral, que supondría un cambio histórico en el sistema político británico y quizá sólo puedan impulsar unidos a un partido laborista en horas bajas con el que, sin embargo, tienen más afinidades.

Los británicos hoy están atrapados en el dilema de los liberales. Los conservadores dudan sobre las concesiones que están dispuestos a hacer. A Gordon Brown sólo le queda esperar. Londres es un ir y venir de políticos y periodistas. Todo son reuniones y declaraciones. La gente también quiere opinar. La City ha recibido con mal humor el veredicto indeciso del interminable escrutinio electoral. Algunos electores aún se quejan por el cierre de sus colegios antes de que pudieran votar. Pronto habrá una decisión. Veremos si la consecuencia de las elecciones es la alternancia en el Gobierno o el cambio de las reglas del juego. Pero los británicos sienten que por algún lado su rocoso sistema político, ya centenario, se está tambaleando de verdad.