Se les ve por todas partes como las raices de las mimosas que todo lo invaden. Son ellos las fuerzas de la UN; esto es, los "cascos azules. Se

diferencia unos de otros solo por la bandera de su pais que llevan en el brazo y claro está por la fisonomía de sus caras. Tan variadas sus etnias

como el arcoiris. Quiero suponer que todos traen una misión. Aquélla que les han encomendado por consenso la ONU, el pais de origen y los cargos publicos de Haití. Me aseguran que están destinados en la misión haitiana casi unos veinte mil soldados armados hasta los dientes y tres mil policías de cincuenta naciones. También aquí hay una dotación de Guardias Civiles y Policía Nacional. Corre la voz, como bola de fuego, que el país no tiene solución.

Bien es cierto que en lo que va de año ha habido más de ochocientos asesinatos. Pero también me aseguran que ya no hay aquellos enfrentamientos tribales –a machetazo limpio- donde la vida de un honbre valía menos que la de un cabrito. El primer mandamiento de esta gente –con Dios al lado en todo momento- es la supervivencia. Casi como en el trágico verso de Miguel Hernández me tomo la licencia para escribir: "Es necesario matar para seguir viviendo".

No es necesaria tanta fuerza. No. Mejor incorporar una "retro" a sus máquinas de guerra y comenzar a despejar calles y plazas de las cientos

de toneladas de basura que se acumulan por todas partes y sobre todo abrir la calzada entre Haití y la Republicana Dominicana por el lago Azul. Si esto se hiciera, además de los proyectos de unos y otros otros gallos cantarán en Haití y no los que con voz gangosa y triste me despiertan a las dos de la mañana.

En todo este tiempo nunca he visto una intervención de los "cascos azules" si no fuera correr tras el vuelo de una mariposa o no permitir que

la Hermana Vedruna, Nuria Meronyo la subieran a sus setenta y cuatro años a uno de sus todoterrenos, cargada de alimentos para quienes pasan hambre.

Por lo demás, el plenilunio caribeño es hermoso con una luna diferente a la de los valles donde me alumbraron y una brisa suave que

ondula las palmeras. Son las diez de la noche; en Teverga ha comenzado a cantar sobre un haya, mi amigo Herminio. El último urogallo. De radio Neyba (R.D.) llega una bella canción de amor.

Hoy, uno de los jóvenes ha venido a clase con un delicioso pan debajo del brazo. Su padre, humilde panadero, se lo dio para mi. Nunca probé

bocado tan exquisito. ¡Nawué! (Nos vemos).