Las historias acerca de Rick Santorum -para ser exactos, las historias acerca de la hija de 3 años de edad de Rick Santorum- pasan de puntillas por la cuestión, con deliberada delicadeza:

¿Debería de aspirar a presidente con un hijo tan enfermo? ¿Son su decisión de presentarse y su determinación a la hora de permanecer en la campaña un ejemplo poderoso de la devoción de Santorum a la causa de la vida o son una ilustración especialmente viva de la ambición insoslayable de todos los políticos?

¿O es una combinación de las dos cosas?

Ésta es, lo reconozco, una cuestión volátil para enfocarla. Invita a emitir juicios en alguna medida en torno a las decisiones más personales y emotivas. Cuestionar las decisiones de Santorum en este momento familiar particularmente difícil parece insensible, cruel incluso.

Pero el asunto es también inevitable porque es atractivo. Cuando Santorum abandonó brevemente la campaña porque su hija era hospitalizada con una neumonía grave, quién no habría hecho una pausa para preguntarse: ¿Qué habría hecho yo en esa terrible circunstancia?

En el caso de la mayoría de nosotros, sospecho, la respuesta habría sido diferente de la de Santorum desde el principio. Si tuviéramos un hijo con una enfermedad genética normalmente fatal, renunciaríamos a las reuniones de los locales Pizza Ranches de los 99 condados de Iowa y al incesante ruido de las asambleas, y nos quedaríamos en casa.

Santorum, durante un foro el año pasado, describía lo mucho que luchó con la decisión de presentarse. «Tengo una hija pequeña de tres años y medio. No sé si su vida se medirá -siempre se ha medido- en días y semanas. Pero aquí estoy», dijo. «Porque me parece que no sería un buen padre si no saliera a luchar por un país que ve la dignidad de ella y de todos los demás chavales».

Esta explicación resume la que me parece es la diferencia esencial entre los políticos y el resto de nosotros. Decidir aspirar a un puesto en la Administración, y en particular decidir aspirar a la Presidencia, es el acto egoísta definitivo. No importa lo decentes o sinceros que sean, no importa lo amantes que sean, el candidato es el centro de su sistema solar; los demás, maridos y parientes incluso, son planetas que giran alrededor.

Y cuando el candidato, candidato o candidata, tiene hijos pequeños es insensato -insensatez engañosa por parte del candidato- imaginar que sus acciones revierten realmente en interés del chaval. Que hay que hacer renuncias razonables, puede. Pero no, al extremo que dice Santorum, mi definición de «buen padre».

A propósito de esa parte «suya», hagamos una pausa para reconocer que el debate de Santorum sería más amplio, y mucho más ferozmente crítico, si el candidato con un chaval enfermo fuera una candidata. Prueba A: la candidata a la Vicepresidencia en 2008, Sarah Palin, con un bebé, y con un bebé de necesidades especiales. Reflexioné por escrito en aquel momento no acerca de si Palin sabría hacer equilibrios entre la Blackberry y el sacaleches, sino acerca de la razón para que, en las difíciles circunstancias a las que se enfrentaba, eligiera presentarse.

Por si ustedes creen que se trata de una crítica partidista, manifesté la misma inquietud por la decisión de Elizabeth Edwards, al saberse que su cáncer se había extendido, sometiendo a sus hijos a la trepidación de una campaña presidencial.

La trágica situación familiar de Santorum se ha contagiado también a ese importante debate del papel del político-padre.

Casualmente, es un asunto del que escribió Barack Obama, explícita y conmovedoramente, en «La audacia de la esperanza», describiendo su negligencia de los deberes paternos tras salir elegido senador.

«He elegido una vida de agenda ridícula, una vida que me exige estar lejos de Michelle y las niñas durante largos periodos de tiempo y que expone a Michelle a toda suerte de tensiones», escribía.

«Puedo decirme que en algún sentido amplio estoy en política por Malia y Sasha, que la labor que voy a desarrollar hará del mundo un lugar mejor para ellas», añadió Obama.

«Pero esa clase de racionalizaciones parecen endebles y dolorosamente abstractas cuando me ausento de la función escolar de alguna de las niñas a causa de una votación... Y por eso me detengo a responder a la acusación que flota en mi cabeza: que soy egoísta, que hago lo que hago para alimentar mi propio ego o llenar un vacío en mi corazón».

Obama el escritor no responde a su propia pregunta. Pero sigue siendo la respuesta correcta que hay que plantearse en el caso de todos los políticos que hacen malabares entre carrera y familia, ambición política o responsabilidad personal.