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Diez años de la emboscada al CNI en Irak

Los insurgentes mataron el 29 de noviembre de 2003 a siete espías españoles, encabezados por el praviano Alberto Martínez, en un asalto que sigue sin aclararse

El lugar de la emboscada, con los cadáveres de los espías españoles a la izquierda. Sky News

El pasado viernes se cumplieron diez años de la emboscada que costó la vida a siete agentes del CNI en Latifiya (Irak), encabezados por el praviano Alberto Martínez González, comandante de Caballería y jefe de los servicios secretos españoles en la zona. Una década después sigue sin aclararse si fueron traicionados, o se trató de un ataque coyuntural. En el atentado, con un solo superviviente, también murió uno de los mejores espías españoles, Alfonso Vega, con raíces en Zamora, y que sirvió en operaciones especiales en Oviedo antes de ser destinado al CNI.

Martínez, nacido el 7 de julio de 1960, huérfano de padre a los cinco años, estudió en Puentevega (Pravia) y después en el Colegio de la Inmaculada, en Gijón, donde vivían sus abuelos. De allí marchó a la Academia Militar. Su primer destino fue en el Coto, en Gijón. En febrero del 92 ingresó en el CNI y ocho años después, el 17 de junio de 2000, partió para Irak, tras realizar un curso de tres meses. Martínez se metió a fondo: aprendió árabe y se convirtió en el español que mejor conocía a Sadam Husein. Nunca actuó encubierto. Su papel era casi el de un agregado comercial, buscando inversores españoles para desarrollar el país.

Su mujer, Charo García, y su hijo Alberto vivieron con él en Bagdad entre agosto de 2001 y julio de 2002. Fue una difícil experiencia, según relataba hace diez años su mujer, ya que su hijo se matriculó en el Colegio Internacional de Bagdad, donde impartían clases en inglés. Tanto Martínez como su segundo, el toledano José Antonio Bernal, mantenían buenas relaciones con los servicios iraquíes antes de la guerra. Cuando la situación se torció, Martínez advirtió de la matanza que acarrearía una invasión. En marzo de 2003, con la embajada ya evacuada, los agentes se replegaron a Jordania. Fueron los últimos en irse y los primeros en regresar, en mayo.

Según su mujer, la estancia de Martínez en Bagdad finalizaba en junio de 2003, pero las cosas se complicaron. Tardaron en relevarle, y no volvió a España hasta el 19 de julio, sólo para regresar tres días después con una nueva y delicada misión de contrainteligencia en Nayaf, donde iba a desplegase la brigada española "Plus Ultra". "Aceptó porque le había salido el destino de Bilbao y no lo quería", confesaba su mujer en 2003.

Tanto Martínez como Bernal estaban marcados. Los espías iraquíes, el Mujabarat, que se pasaron en masa a la insurgencia, les tenían controlados. Además estaban en un área controlada por Muqtada al Sadr, de gran conflictividad. Martínez defendía poner a los imanes y a los jefes tribales en nómina, para que se olvidasen de la violencia.

El 9 de octubre de 2003 vino un sangriento aviso al comandante Martínez, con el asesinato de su segundo, Bernal, de un tiro en la nuca, en un oscuro incidente en el que intervino un clérigo chií. El praviano quedó marcado por este asesinato y siempre se dolió de no haber obligado a Bernal a cambiar de rutas y horarios.

Martínez le confesó a su mujer que "le habían sacado tarjeta roja y se sentía en el punto de mira". Después del asesinato de Bernal, Martínez recibió órdenes de cambiar por completo su fisionomía y se le prohibió viajar a Bagdad. Se cortó el pelo y se dejó un mostacho similar al que llevaban la mayoría de los iraquíes. En Valladolid quedaron su anillo de casado y su cadena, que podrían haberle delatado. En la elección de Martínez pesó su gran experiencia sobre el terreno, a pesar de que era un objetivo fácil en Irak.

La masacre de Latifiya se produjo cuando Alberto Martínez y tres de sus compañeros, que formaban los dos Elementos de Contrainteligencia (ENCIS) adscritos a Diwaniya y Nayaf, estaban a punto de finalizar su misión de seis meses. A una tía, Laura Martínez, el comandante le había dicho que en diciembre estaría en casa.

El 29 de noviembre de 2003, Martínez y los otros tres espías destinados en Irak habían acudido a Bagdad con los cuatro agentes que iban a sustituirles. Visitaron las instalaciones de la coalición y comieron en el antiguo apartamento de Martínez. A las dos y media de la tarde, iniciaron el regreso a Diwaniya. Martínez conducía uno de los dos coches, un Nissan Patrol blanco. Cerca de Latifiya, los ocupantes de un coche les ametrallaron. Alberto Martínez fue el primero en caer. Con dos muertos y dos heridos, pidieron ayuda, pero fueron atacados una segunda vez, esta vez desde unas casas cercanas, con AK-47 y lanzagranadas. Sólo sobrevivió José Manuel Sánchez, que huyó en un taxi, después de que un clérigo evitase que le linchasen. Una muchedumbre se ensañó con los cadáveres. El de Martínez tuvo que ser identificado por el ADN. Ahora está enterrado en Pravia. "Una bella persona que ha muerto por su patria", sentenció su mujer. Flayeh al Mayali, un traductor que había trabajado codo con codo con Martínez fue detenido en 2004 como sospechoso de haber preparado la emboscada, pero le soltaron al año siguiente por falta de pruebas, eso sí, tras pasar por Abu Ghraib.

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