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Dos opciones

Asumir la deriva populista o recentrarla, a riesgo de perder a las bases "trumpistas", es el dilema republicano

Dos opciones

Tras el inesperado e incontestable triunfo de Trump, los republicanos tienen dos opciones: aceptar la deriva populista que les ha devuelto la Casa Blanca o recentrar la organización. El magnate va a ser el presidente de EE UU, al menos, cuatro años, así que Paul Ryan, Reince Preibus y los demás jerarcas del partido tienen tiempo para planificar y desarrollar la operación.

Es plazo suficiente para embridarle a Trump la lengua y las manos, y también para llevar la ola del "make America great again" hacia playas de arena más fina y democrática. Pero no hay que olvidarse de las bases, que ahora esperan de su candidato (el de ellas, no el de la élite republicana) las "cosas absolutamente espectaculares" que el jueves prometió que va a hacer "por el pueblo estadounidense".

¿Qué esperan las bases? Que Trump cumpla su palabra. Que gobierne hacia dentro más que hacia fuera y borre de sus mentes la impresión de que la clase blanca trabajadora es peor tratada que las minorías negra, hispana o asiática. Que revierta las consecuencias de la globalización (nada de tratados de libre comercio, acabemos con las deslocalizaciones). Que deporte, como ha prometido, a los once millones de inmigrantes ilegales que viven en Estados Unidos.

En la mente de Trump, once millones de deportados (descontados los niños) son once millones de empleos más para los de casa. Con un poco de suerte, y teniendo en cuenta que Obama ha reducido la tasa de paro a niveles que rayan en la plena ocupación, sobrará el trabajo y el país podrá volver a ser la meca de la inmigración (legal).

Desgraciadamente, muchas de las ocurrencias del presidente electo (muchas de las que le han dado la victoria) chocan frontalmente con la política que ha defendido y defiende el partido que intentó obstaculizar de todas las maneras posibles su asalto al poder. La idea del "make America great again" que tienen los republicanos no es aislacionista, sino, todo lo contrario, intervencionista: da para guerras y no rechaza sino que alienta los tratados de libre comercio. Así que las partes deberán llegar a un entendimiento que Trump pueda vender después a las bases sin que éstas sientan que su hombre las ha traicionado.

La parte más visible de esa entente será un Trump que, ya instalado en la Casa Blanca, emergerá del huevo del majadero todo él presidenciable y presentable. O eso se da por hecho, gracias a un primer discurso conciliador y a esa gélida entrevista con Obama, para iniciar la transición, en la que el "señor presidente electo" dijo del "señor presidente" que era "un hombre muy bueno" al que no descarta pedir consejo, porque siente por él "un gran respeto". Lástima que hasta hace poco no lo reconociera apto para dirigir el país (porque era extranjero) y que, encima, tenga que cargarse su legado.

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