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A cinco lustros de una espuela

Relato de un encuentro con "el Comandante" que duró el tiempo que duró la botella de ron de siete años que apuró sin prisa pero sin pausa

A cinco lustros de una espuela

Recuerdo que aquella tarde, también de noviembre pero de 1991, los periodistas que acompañábamos a Cuba a la delegación asturiana encabezada por el entonces presidente, Juan Luis Rodríguez Vigil, estábamos inquietos. Después de varios días en La Habana, el Gobierno cubano ofrecía una recepción en la que estaría el mismísimo Fidel Castro.

Con apenas 25 años, este entonces bisoño periodista radiofónico buscaba la complicidad de los veteranos para evitar perderse algo o meter la pata. La pregunta era: ¿habrá rueda de prensa? Nadie se atrevía a contestar y nadie nos aseguraba que pudiéramos incluso entrar al Palacio de la Revolución con un bolígrafo en el bolsillo.

Llego la hora de los actos y con ella el primer jarro de agua fría: nada de grabadoras o cámaras: "el Comandante" no hablaría. No les voy a negar que me resultó casi un alivio, ya que tenía tantas ganas de verme enfrente de él como nervios me producía. Mármoles blancos, corbatas y uniformes se mezclaron en un ágape que acabaría de forma muy diferente a la que comenzó. Y todo por una escena que conservo muy fresca en la memoria.

La elevada estatura del vicepresidente cubano, "Gallego" Fernández, no lo hacía pasar desapercibido. Junto a él la inconfundible barba del todoterreno periodístico Daniel Serrano y, cerrando el trío, el actual subdirector de esta casa, Alberto Menéndez. Ellos dieron la vuelta a la tortilla y convencieron a Gallego para convertir una recepción en un encuentro informativo y personal de ésos que no se olvidan. Porque a base de tenacidad, sí hubo rueda de prensa con un Fidel Castro pletórico que durante al menos una hora respondió a todo y a todos.

"El Comandante" imponía y mandaba, pero sobre todo atendía. Y esa capacidad para fijarse en casi todo lo que pasaba a su alrededor fue la que nos llevó a la segunda parte de la velada. Fidel Castro pidió saludar a los periodistas asturianos y en ese estrechamanos fue el fotoperiodista Eloy Alonso quien le espetó: "¿Comandante: tomamos la espuela?". Castro replicó: "¿Usted me diga qué es eso?". "La última copa", contestó Alonso, a lo que el Comandante añadió: "Estoy con ustedes unos minutitos".

Si el grandonismo, la exageración, la pasión y la vehemencia forman parte del ADN, está claro que Fidel Castro era un perfecto cóctel de todos estos rasgos. Los "minutitos" se fueron acumulando en torno a una mesa donde comenzó hablando de productos asturianos; comiendo, creo recordar, que angula, y contando el reciente viaje que Manuel Fraga había realizado a la isla. En el relato incluyó las bondades de la queimada y el pulpo a feira. Todo ello duró el tiempo que duró la botella de ron de siete años que apuró sin prisa pero sin pausa.

Fidel Castro aceptó aquella espuela y sin apenas darnos cuenta nos devolvió de tacón todas y cada una de las razones por las que, cinco lustros después, entiendo en toda su extensión el significado de la canción: "Llegó el Comandante y mandó aparar".

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