Mientras la Unión Europea reclama a Venezuela la suspensión de la Asamblea Constituyente -por cierto, fórmula que Pablo Iglesias anunció para España al conocer los resultados electorales del 20 de diciembre de 2015- Cuba reafirma su solidaridad infinita con el pueblo y el gobierno bolivariano y chavista y con la unidad cívico-militar que, según reza un comunicado de la cancillería, lidera el presidente constitucional Nicolás Maduro Moros.

La dura reprimenda a Caracas lanzada este miércoles por la Alta Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común de la UE, Federica Mogherini, choca de bruces con la numantina defensa que La Habana hace de ese régimen revolucionario creado a imagen y semejanza del castrismo. Nada tiene de reprochable que la isla, en la que también hay presos políticos y falta de libertad, defienda a sus socios bolivarianos con uñas y dientes, estaría bueno. Lo contrario sería muy extraño.

Lo que clama al cielo es ese espejo roto en pedazos que usan quienes regañan a Maduro y a los suyos, y a la vez aplauden una nueva senda de diálogo con la dictadura de Raúl Castro culpable en primer término, de muchos de los desmanes venezolanos, gestados de forma silenciosa y constante a lo largo de los años.

A principios del mes de julio el Parlamento Europeo aprobó el llamado Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación UE-Cuba, principio de una nueva era, tras veinte años sin relaciones. El documento lo firmaron en diciembre de 2016 Mogherini y el ministro cubano de Exteriores Bruno Rodríguez. Fue la muerte de la criticada posición común impulsada por José María Aznar en 1996 y el aval europeo a la política aperturista de Obama, que Trump no ha cambiado tanto.

De nada sirve rasgarse las vestiduras con las nuevas detenciones de Leopoldo López y Antonio Ledezma, cuando Bruselas tiende puentes a un gobierno que prohíbe la pluralidad política y la divergencia. La Unión Europea cierra los ojos ante la miseria pacífica de La Habana y los abre como platos para ver lo que ocurre en Caracas, algo parecido a una incipiente guerra civil.

En definitiva, de forma indirecta y seguramente involuntaria, la UE, que asienta sus principios en los valores democráticos, aporta oxigeno a Maduro. Cuesta creer que la Comisión Europea ignore de esa forma el terreno en el que se mueven Cuba y Venezuela, dos patas de un mismo banco, los dos bastiones del comunismo que en la isla antillana ha generado pobreza y en la más temperamental Venezuela también decenas de muertos.

Para ser fieles a la verdad, no es menos cierto que el acuerdo euro-cubano pone fin a la excepcionalidad de que Cuba fuese, hasta ahora, el único estado americano con el que la UE no tiene negocios. Ahora bien, el documento cuenta con una cláusula de salvaguarda que contempla la suspensión en caso de que el castrismo no respete los derechos humanos. Si se considera un derecho humano la libertad, tal vez debería aplicarse de inmediato…