La visita del presidente de EE UU, Donald Trump, a Japón ha dejado un sabor agridulce en el sector más tradicional de la sociedad japonesa. La causa, los modales del magnate, nada acordes con el acentuado sentido del protocolo aún muy extendido en el archipiélago.

Las críticas más aceradas le han llegado a Trump por su comportamiento durante la entrevista con el emperador Akihito y la emperatriz Michiko. En lugar de hacer la preceptiva reverencia, Trump se limitó a estrechar la mano del monarca, a la vez que procedía a una leve inclinación de cabeza. Dada la diferencia de estatura entre los dos mandatarios -Trump mide 1,88 y Akihito 1,65- y la reticencia de Trump a inclinarse, el apretón de manos obligó al emperador a elevar la suya de una manera poco habitual. El estilo atropellado del magnate quedó también patente durante un acto ritual junto al primer ministro, Shinzo Abe. Trump y Abe debían dar de comer a las carpas de un estanque. Se trataba de hacerlo con una cucharita, pero, viendo que Abe no la usaba y vertía la comida dando leves golpecitos al envase, Trump decidió que, ya puestos, lo más práctico era volcar la cajita. Y echó todo el alimento al estanque de una vez.