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El horizonte británico

El "Brexit" y el fracaso de la Unión Europea

El horizonte británico

El sueño inglés se distancia de Europa y se acerca al Pacífico. Entre el "Brexit" duro y el "Brexit" blando rige un equívoco, que es la soberbia del continente. Se diría que la UE constituye un mercado mucho mayor que puede permitirse el lujo de desdeñar el comercio con el Reino Unido. Un dato confirma esta percepción: más de un tercio de las exportaciones británicas se dirigen a Europa; en cambio, menos de un diez por ciento de las exportaciones alemanas o francesas terminan en las islas. La solidez económica de la Unión conduce a mantener la firmeza en las negociaciones. La lógica es simple: los británicos tienen mucho más que perder que nosotros. Su moneda es más débil; su potentísimo sector financiero -concentrado en la City londinense- tendrá que desplazarse hacia Amsterdam, París o Frankfurt; el cierre de mercados les obligará a aceptar nuestras regulaciones, sin que puedan ya influir sobre ellas; el peso del eje París-Berlín se incrementará. Todo ello a un coste mínimo para Bruselas y muy alto para los brexiters.

Sin embargo, y a pesar de las apariencias, nada es tan sencillo. En primer lugar, porque la renacionalización de la soberanía británica subraya el desprestigio creciente de la Unión como proyecto político: a nivel interno, desde luego; pero también a nivel externo, a ojos de las grandes potencias, que han intuido las dificultades planteadas por el proyecto europeo a la hora de afrontar la globalización. No hay ningún otro espacio geopolítico en el mundo cuyos recursos políticos, diplomáticos y de seguridad sean más precarios ante los desafíos de la inestabilidad: la cercanía de un continente hobbesiano (África) al sur, el abrazo del oso ruso al este, la debilidad manufacturera frente a Asia, el envejecimiento crónico de la demografía, la parálisis burocrática debida a la falta de decisión política. Esta es una realidad que han percibido las distintas cancillerías, así como la evidencia de que algo huele a podrido en la Unión. No hablamos de democracia, por supuesto, ni de respeto a los derechos humanos y a las libertades -Europa lidera cualquiera de estos ránkings-, sino de la capacidad operativa de un espacio político que todavía no cuenta con todas las herramientas necesarias para competir en un mundo global y que además se muestra renuente a hacerlo. En segundo lugar, Londres piensa que el desenganche europeo abre una ventana de oportunidades para su país: recuperar -hasta cierto punto- el dominio de políticas clave; pero, sobre todo, explotar lo que se podría denominar el modelo Singapur, aprovechando la condición de lingua franca del inglés, su tradicional seguridad jurídica y una situación geográfica favorable. Sería un Reino Unido que defendiese el liberalismo económico a ultranza, con impuestos mínimos, un potente sector investigador -al amparo de sus universidades-, y que hiciese, por su pasado imperial, de vínculo transatlántico entre Asia, Europa y América. En definitiva, salir de la Unión para poder ejercer de estación de enlace.

La superioridad del continente puede -a corto plazo- provocar confusión, induciendo a pensar que la fortaleza del mercado único es suficiente para aplacar cualquier tentación centrífuga. La respuesta es, a la vez, sí y no. Al caos inicial del "Brexit" puede sucederle un abanico de oportunidades difíciles de cuantificar ahora mismo: un mercado abierto y desregularizado, frente a otros rígidos y burocratizados; un país militarmente estable y protegido -por su especial vínculo con los Estados Unidos-, frente a un espacio europeo confrontado a mayores retos de seguridad y a la falta de un ejército propio; un Estado que atrae capitales gracias a una fiscalidad poco agresiva, frente a un continente más preocupado por preservar su red de políticas sociales. El "Brexi"t apela al fracaso de la Unión tanto como a la sentimentalización populista de la sociedad británica. No hay muchos motivos para el optimismo ni aquí ni allá.

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