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Brasil vota hoy a la sombra de Lula

El ultra Bolsonaro lidera los sondeos para la primera vuelta presidencial en un país muy polarizado por una triple crisis económica, social y política

Una mujer con un cartel que reclama la libertad de Lula en un acto del PT. EFE

Más de 147 millones de brasileños están llamados a votar hoy en la primera vuelta de las elecciones presidenciales más cruciales que ha vivido el mayor país de Latinoamérica desde las que, en 2002, llevaron al palacio de Planalto a Lula, el líder del izquierdista PT que, en los siguientes ocho años, había de transformar el país con una combinación de ortodoxia financiera y políticas sociales.

Los comicios están marcados, precisamente, por la ausencia de Lula, encarcelado por corrupción e inhabilitado como candidato en septiembre cuando encabezaba las encuestas con un 40% de apoyo. Su expulsión del juego electoral propició el despegue del ultraderechista Jair Bolsonaro, un exmilitar populista, misógino, homófobo y xenófobo que prometiendo mano dura contra la violencia cotiza entre un 32% y un 35% en los sondeos, muy por delante del sucesor de Lula, el exalcalde de Sao Paulo y exministro Fernando Haddad.

Falto del carisma de su mentor, Haddad no ha logrado recoger su herencia y apenas rebasa el 22%-23%. Todo hace pensar, pues, que Bolsonaro y Haddad, el discurso contra la violencia y los remedios para la miseria, las dos caras del Brasil más polarizado que se recuerda, se medirán de nuevo en la segunda vuelta del día 28.

La profunda fractura que aqueja a un país sumido en una triple crisis económica, social y política se ha puesto de manifiesto en la tensión respirada durante toda la campaña. La crispación alcanzó su cúspide el pasado 6 de septiembre cuando Bolsonaro fue apuñalado de gravedad en un acto electoral. Las heridas le retiraron de la calle pero estimularon la ruidosa presencia en las redes sociales de este excapitán de 63 años que reivindica la herencia de la dictadura militar (1964-1985), hasta el punto de haber dedicado, en 2016, su voto en favor de la destitución de Dilma Rousseff al militar que sometió a torturas a la heredera de Lula. Como muestra del ascenso de la temperatura repárese en que, en agosto pasado, el moderado Ciro Gomes, tercero en las encuestas (11%-12%), hablaba de Bolsonaro como "un proyectito de pequeño Hitler tropical". Ahora mismo lo despacha sin rodeos como "un nazi hijo de puta".

En realidad, este no era el proyecto que acariciaban los señores del dinero brasileños cuando idearon la operación destinada a impedir que Rousseff completara su mandato y sirviese en bandeja a Lula otro cuatrienio presidencial y al PT un reinado de 20 años. Su sueño era que, destituida Rousseff por una argucia contable que enmascaraba el déficit presupuestario, las aguas se encauzaran y Brasil volviese a los días de la década de 1990 en los que gobernaba el centroderechista Cardoso y no había masivas transferencias de riqueza a los más pobres. Pero la combinación de la peor recesión sufrida por el país desde 1990 con las políticas neoliberales del sucesor de Rousseff, Michel Temer, dispararon una espiral de pobreza y violencia que, en plena oleada internacional de populismo, no ha resultado un buen caldo de cultivo para los centristas.

El balance que deja Temer es malo, aunque se admita que heredó la recesión y el malestar social, cristalizado en las revueltas de 2013 contra la corrupción y por unos mejores servicios sociales. Su combinación de privatizaciones y rígida austeridad -mientras el PIB caía casi un 8% entre 2015 y 2016 para sólo recuperar un 1% en 2017- ha reavivado la pobreza y la desigualdad, llevando el paro registrado al 13% en el primer trimestre de 2018. Si el PT sacó de pobres a 30 millones de brasileños en diez años, los miserables son ahora 23,3 millones -sobre 210 millones de habitantes-, o sea, un 33% más que a finales 2014.

Temer ha reducido los subsidios y programas sociales del PT, reformado el mercado laboral y las pensiones, y congelado el gasto público (salud, educación, ciencia, pensiones, funcionarios) durante 20 años. Todo para hacer el país más atractivo a la inversión extranjera mediante la reducción del déficit público, que del 2,9% de 2013 había saltado al 10,3% en 2015. En paralelo, la violencia, lacra tradicional del país, se ha robustecido: 63.880 asesinatos en 2017 y diez mil soldados patrullando las calles de Río de Janeiro.

Para hacer frente a esta situación, Bolsonaro propone más austeridad, más privatizaciones y mucha mano dura ante la violencia, mientras que Haddad postula nacionalizaciones, más gasto social y la despenalización de las drogas para ahogar al narco. Salvo que el exmilitar dé la sorpresa y gane hoy por mayoría absoluta, esa será la elección entre extremos que Brasil tendrá que hacer en la segunda vuelta del día 28.

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