Los estadounidenses están llamados hoy a votar en las elecciones legislativas de medio mandato, que el presidente Trump presenta como un plebiscito a sus políticas radicales y que han venido precedidas de una campaña guerracivilista culminada en el atentado antisemita de Pittsburgh y en la ola de bombas por correo contra personalidades demócratas. En los comicios se renueva la Cámara de Representantes, 35 de los 100 escaños del Senado, 36 de las 50 gobernaciones de estados, así como numerosos legislativos estatales y todo tipo de cargos locales.

Si las encuestas se redimen del fiasco de las presidenciales de 2016, los demócratas son serios candidatos a robar a los republicanos los 23 escaños precisos para alcanzar la mayoría absoluta en la Cámara. En favor de ese augurio juega la tendencia expresada por las encuestas a escala nacional: en promedio, un 49,7% de consultados asegura que apoyará a candidatos del partido del burro, mientras que los seguidores del elefante son el 43,4%.

Los augurios pintan diferentes en el Senado, pese a que en el bienio que ahora concluye la ventaja republicana era de tan sólo dos escaños (51 a 49). Sin embargo, de las 35 actas en juego 26 eran hasta ahora demócratas y sólo nueve republicanas, lo que deja mucho menos expuesto al elefante. De hecho, Trump, escaso de finura en su juego político, ya da por perdida la Cámara y ha concentrado su esfuerzo final en los senadores.

Con los gobernadores ocurre lo contrario que en el Senado. Son 26 estados republicanos los que renuevan máximo dirigente, por tan sólo 9 demócratas y uno (Alaska) independiente. De modo que, al estar los republicanos muy sobreexpuestos, es muy probable que la actual proporción 33 / 16 se vea alterada en favor de los demócratas.

Tal mezcla de ingredientes, unida a que sea el amado (43,6%) y odiado (53,2%) Trump quien ocupa la Casa Blanca, y a la tradición de que las elecciones de medio mandato den un varapalo al partido presidencial, ha revestido a la cita de hoy de una expectación sin precedentes. La reflejan los 34 millones de votos adelantados (27 millones hace cuatro años).

Los demócratas, un partido dividido entre centristas (Clinton) y socialdemócratas (Sanders), y que todavía no le ha encontrado sucesor a Obama, saben que no pueden fallar. De ahí que buena parte de sus esfuerzos se hayan centrado en llamar a la participación, tradicionalmente baja (41,9% en 2014).

La afluencia a las urnas será clave para explicar los resultados de hoy, máxime si se tiene en cuenta que los demócratas tienen un fértil caladero en hispanos y negros, dos minorías refractarias a acercarse a votar, aunque muy motivadas ahora por grupos de activistas contra la violencia policial y las políticas antiinmigratorias. Sin olvidar que el Tribunal Supremo ha dado barra libre a los estados para borrar del censo a los abstencionistas reiterados. Por todo eso, Obama, implicado en la campaña de un modo inhabitual para un expresidente, ha centrado su mensaje en los peligros de la abstención cuando "EE UU está en una encrucijada" que definirá el país que quiere ser.

En el bando opuesto, Trump, que ha conseguido llenar de clones las candidaturas republicanas, ha puesto el altavoz en la buena marcha de la economía y en forzar al límite sus arremetidas contra los inmigrantes. La caravana que avanza desde México ha focalizado sus iras y no ha dudado en tacharla de "horda de criminales" y en amenazar, para disgusto del Pentágono, con enviar 15.000 militares a recibirla.

Las de hoy serán, en fin, las elecciones con mayor número de candidatas y también para las activistas del movimiento #MeToo se han convertido en referéndum. Eso redondea la esperanza demócrata de que los sondeos no yerren y el electorado les dé el control de al menos una de las cámaras. Y con él, un poderoso freno a Trump. Y una magna amenaza.